Alvaro Garcia Linera, actual vicepresidente de
Bolivia, recomienda como uno de los pasos para profundizar los procesos
progresistas de América Latina consolidar las políticas redistributivas para los
sectores bajos de la sociedad. Lo que considera el nucleo duro, el sector fiel,
no volátil de los gobiernos progresistas.
En Argentina con el kirchnerismo, se puede decir
que, a diferencia del primer peronismo, los más beneficiados han sido los
sectores medios.
Con esto no se quiere enunciar que los sectores populares
no se hayan beneficiado de las políticas económicas del modelo. No hace falta sino remitirse a los millones de puestos laborales, a las jubilaciones y
asignaciones sociales universales para dar cuenta de tal evidencia.
Sin embargo, comparado con el primer peronismo, la
profundidad redistributiva es menor para los sectores populares. Es sabido que aún
sufren, a pesar de los avances y logros sociales mencionados, alto déficit
habitacional y son víctimas de altos índices de empleo en negro o informal y
pobreza.
Esto, en gran medida, se explica porque las capacidades estatales del Estado-Nación en
este siglo XXI de globalización financiera
son bastante más limitadas que la del Estado de la segunda posguerra mundial
del siglo XX. O como dice, en términos más compresibles, pero no por eso menos
profundo, Hebe de Bonafini: “Evita y Perón manejaban un Crucero, Cristina una
lanchita”.
Lo cierto es que han sido los sectores medios los más
beneficiados con el modelo K.
Esto se ve claramente reflejado en la explosión de
consumo de automóviles y electrónica, los viajes masivos de argentinos “bien” y
“no tan bien” (¡ja! ) al exterior, el drenaje permanente de dólares que absorben
estos sectores, además del Procrear, tarifas subsidiadas y otros planes.
Es sabido la propensión de segmentos (no menores) de
clases medias a pensar en clave hegemonizada liberal.
Es decir pensar que su éxito
económico es producto casi-exclusivo de su esfuerzo personal omitiendo las actuaciones del gobierno o del estado,
salvo cuando “les va mal”.
De allí que todo gobierno es percibido, a lo sumo,
como un mal necesario para cuidar la “seguridad”. Pero si el gobierno no la
garantiza y encima es percibido como una élite corrupta y privilegiada, es susceptible
de ser cambiado al no hallar una correlación alguna entre su bienestar personal
y la actuación del Estado.
La clase media ser perciben menos dependiente del
Estado y su éxito lo esperan lograr en el mercado, en el sector privado.
Segmentos de
clase media perciben al Estado como una carga que les absorbe dinero por los
impuestos que sienten que después no los beneficiará.
Se sienten en condiciones de poder
pagar una educación de “calidad” para
sus hijos en colegios y universidades privadas. Resuelven sus problemas de
salud en clínicas privadas, no tendrían problemas de aportar en cuentas
individuales para su jubilación en empresas privadas.
El Estado los azota con
una presión impositiva que va a beneficiar a los “vagos” o indeseables mediante “planes sociales”.
Los sectores populares que han llegado tarde al
reparto capitalista tienen, y sienten, mayor dependencia del Estado. Lo
consideran, quizás, el último piso para no
pasar hambre.
Durante gobiernos neoliberales como los de Menem o De
la Rua o conservadores como el de Eduardo Duhalde existieron políticas sociales
destinados a sectores populares, pero eran de carácter focalizados o dirigidos exclusivamente
a los sectores excluidos o vulnerados por la economía.
Con el kirchnerismo la política social se
universaliza y tiende a convertirse en un derecho más allá de un “mero plan”.
Esto es un avance sin dudas.
Pero si se busca diferenciarse en la percepción de
esos sectores con los otros gobiernos, y consolidar el núcleo duro, como dice
Alvaro García Linera, quizás esto después de un tiempo resulte insuficiente.
A modo de ejemplo vale una anécdota personal:
Trabajando en talleres de educación popular con sectores
vulnerables que recibían la asignación universal,
una de las beneficiarias me comenta que “su familia siempre fue ayudada por
un plan social”, ya sea de carácter provincial o nacional, por lo que no notaba
la diferencia de la actual gestión, por el kirchnerismo, con los anteriores.
Un gobierno progresista y popular tiene que ser
percibido como diferente por parte de los sectores postergados y eso implica
profundizar (acá y en la China) la redistribución del ingreso afectando a
poderes económicos y limitando, incluso, fuertemente el consumo ex-pureo de sectores
medios.
No es una
empresa fácil, obvio, implica cambios económicos, afectando a capas altas de la
sociedad y también culturales, cambiar patrones de consumo de dependencia y despilafarro en sectores
medios.
Es fácil decirlo y pronunciarlo como hace cierta izquierda
estricta, pero no le podemos cargar la
responsabilidad exclusiva a un gobierno.
El gobierno tiene que hacer lo suyo, (con una integración latinoamericana, o supra-regional previa dadas las limitaciones del Estado-Nación individual hoy) pero la ciudadanía
tiene que tomar conciencia de esta problemática.
Porque un gobierno puede tener los mejores planes en
este sentido pero cometer el "pecado" de actuar "en frío", desde arriba, sin la
correspondencia de la sociedad y quedar deslegitimado o en orsai.
Algo de eso
pasó cuando se quiso capturar la renta de la oligarquía agraria durante 2008.