A estas alturas del
gobierno de Mauricio Macri la actitud moderada y conciliadora de la cúpula de la
CGT, dilatando el paro general resulta, a primera vista, incomprensible tras 10
meses de saqueo y trasferencia de recursos desde los asalariados a los sectores
concentrados vía devaluación, despidos, endeudamiento y fuga de capitales.
Quizás en los primeros
meses de gestión del PRO podía resultar razonable, lógica una postura prudente,
“responsable” ante el temor de quedar en orsay, “descolocados” frente a una opinión
publica expectante por el nuevo gobierno.
Hoy, con la degradación de la situación
económica-social y una imagen presidencial en franco declive, a la postura
moderada de la CGT es complicado encontrarle justificación.
Mientras la banca transnacional,
la oligarquía rural y las mineras fueron rápidamente hiper-beneficiadas con la
devaluación y eliminación de retenciones (atendidas velozmente sus demandas),
el costo de semejante ajuste cayó sobre los asalariados formales e informales,
jubilados y beneficiarios de planes sociales quedando sus ingresos al menos 10
puntos por debajo de la inflación anual.
En ese escenario de
transferencia de recursos a los sectores dominantes la espera, la paciente vigilia de la CGT de un
bono a fin de año y una rebaja en el impuesto a las ganancias en el aguinaldo
resulta hasta irónicamente risueña para el universo de los laburantes.
Unas de las razones, que
se esgrimen para intentar comprender esta actitud moderada por parte de la
cúpula sindical, se hallarían en la devolución del manejo de las obras sociales
a los gremios.
Quizás pueda ser una de
las razones de esta actitud “prudente” de la cúpula cegetista.
“La moderación paga, la
polarización no” se debe especular en el razonamiento sindical conciliador.
Sin embargo, esto resulta
insuficiente o explica parcialmente el problema.
Sería bueno indagar sobre el diagnostico de fondo
entre los gestores del PRO y sectores sindicales sobre la situación general del
país.
Si hurgamos en ese diagnóstico
nos vamos a encontrar que ambos sectores incluso antes de la llegada de Macri
al gobierno, en el instancias preelectorales, coincidían que el ajuste y el “sinceramiento” de la economía era el
horizonte que debía recorrer la nueva gestión que reemplazara al kirchnerismo.
Si esa era y es la
percepción de la cúpula sindical sobre la “herencia”, no resulta descabellada entender
esta actitud apaciguadora de la CGT en tanto se percibe que los trabajadores
deben colaborar en el esfuerzo social hasta que el crecimiento económico se
recomponga.
Es cierto, como lo señalan
economistas afines al proceso anterior, que tras doce años globales de
crecimiento, aumento del consumo popular, Argentina se encontró con el clásico
problema de restricción externa o cuello de botella-por la relativa falta de
divisas en el Banco Central- para continuar con un auge económico sostenido.
Eso no justifica que el esfuerzo recaiga
exclusivamente sobre asalariados y jubilados esperando que se relance una
inversión privada por conglomerados locales y extranjeros beneficiados por una
devaluación feroz.
Distinto hubiera sido la aplicación de un programa de racionalización pactado como se experimentado en otras latitudes, dado los límites y las
dificultades en un capitalismo periférico para afectar y controlar rentas sin
poner en jaque la gobernabilidad social y política (ej la resolución 125, año
2008), en donde los actores más integrados como los trabajadores registrados y
de mejores ingresos o pequeña y mediana burguesía
pospongan consumo en tren de colaborar en un fondo de inversión que relance la
economía para intentar integrar a asalariados precarizados o informales o
mejorar ingresos sociales de los mismos.
Esto hubiera implicado la
configuración de un nuevo régimen cambiario que mejorara las arcas del Estado
mediante la vigencia de las retenciones e incluso su reactualización en relación
del ajuste del tipo de cambio. Las retenciones, a su vez, ayudarían a desconectar
los precios externos de los internos limitado el efecto inflacionario sobre sectores
vulnerables de la sociedad.
Sin embargo, el gobierno
con -hasta ahora la anuencia y coincidencia de la CGT- eligió una transferencia
integral del excedente mediante la absorción y el bombeo de recursos del
mercado interno a los grandes exportadores y el capital financiero, esperando
que sean estos quienes devuelvan las gentilezas mediante la denominada lluvia
de inversiones.
El problema es que hasta
ahora las inversiones no se producen y el combo de devaluación liberalización
cambiaria y endeudamiento solo ha servido para que la oligarquía local e
internacional dolaricen sus activos y fuguen sus ganancias extraordinarias.
A este modelo elitista e
inviable en términos sociales y económicos es que se viene adecuando la CGT.
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