Para cierta
izquierda estricta intelectual y académica, también orgánica y
partidaria, el kirchnerismo no constituiría sino una especie de estratagema de las clases
dominantes capitalistas para conservar su poder sobre las capas subalternas. El
kirchnerimo, al igual que otros procesos progresistas latinoamericanos, no sería más
que puro gatopardismo parar conservar el statu quo.
Si invitamos a discutir la política en derechos
humanos: “Concesiones”, contestan. Si señalamos el golpe al poder
financiero mediante la estatización a
las AFJP: “Concesiones”. Autonomía del FMI y quita histórica de los intereses
de la deuda externa: “Concesiones”. La búsqueda de integración latinoamericana:
“Concesiones”.
Desde esta perspectiva, daría la sensación que se viene de un momento
revolucionario y ante la radicalidad de las masas la burguesía no tendría más
remedio que actuar mediante concesiones,
“cediendo algo para no perderlo todo”.
Si bien es cierto que las rebeliones populares
del 2001 fueron significativas e implicaron una grieta profunda a la hegemonía neoliberal, las
mismas, en su gran proporción, carecían de una visión radicalizada
anticapitalista. Los piqueteros o los movimientos de desocupados, sujetos
protagónicos de aquellos acontecimientos, no solicitaban de modo inminente la
eliminación de la propiedad privada o la socialización de los medios de
producción. No constituían un colectivo anti-sistema. Sino todo lo contrario,
demandaban ser reintegrados a la sociedad de la que habían sido expulsados,
exigiendo trabajo asalariado formal para salir de su habitad precarizado. Menos
aún el agregado de ahorristas que bramaban porque habían incautado sus
depósitos. No renegaban del mercado o la sociedad mercantil, sólo querían la
devolución de sus pesos o sus dólares. Las efervescentes asambleas barriales de
principios de 2000 con sus intentos de democracia directa fueron esquivas a los
grupúsculos de izquierda que quisieron copar las paradas.
Visto este cuadro de situación de las capas
subalternas, por qué no pensar que a lo largo de la década el gobierno
kirchnerista -marcando cierta distancia con las clases dominantes y en búsqueda
de autonomía- hizo propio, como señala Pio López, demandas históricas de
minorías activas. Puso esas demandas en el centro de la agenda pública, las
generalizó como problema al resto de la sociedad. (Impensable, por otra parte, de un gobierno que salía de la
entrañas de un PJ burocratizado. Pesemos, ¿qué se podía pedir de un candidato
de Duhalde?)
¿Salvo grupos minúsculos, quiénes solicitaban una
ley de comunicación de la democracia, o la ley de matrimonio igualitario o la nacionalización
de las AFJP ?. Medidas soberanas que se aplicaron, recordemos, con el oficialismo derrumbado después de las
legislativas 2009, cuando porciones mayoritarias de la sociedad le daban las
espalda al gobierno con el apoyo al “campo” . Sin dudas, fueron momentos significativos del
gobierno en términos ideológico. Alejado de toda especulación electoral el kirchnerismo se ubicó, hay que señalarlo, a la izquierda de su
sociedad .Y obvio, a la izquierda de la burguesía.
Dicho esto, de igual modo, no es inverosímil el diagnóstico
de la izquierda estricta cuando señala que el kirchnerismo se sostiene en un
modelo sojero, dependiente y extranjerizado, pero tampoco se puede negar que en esto años hubo un
aumento importante de la producción industrial que generó millones de puestos
de trabajo e incrementos significativos de los salarios, que posibilitó, y no constituye un dato menor,
duplicar la clase media, si nos atenemos
a datos de la Cepal y el Banco Mundial.
Tal vez para esta
izquierda, en algún sentido profundo de su pensamiento teórico, el restablecimiento de la sociedad asalariada en nuestro país constituya una
experiencia perniciosa. Y esto debido a
que reeditaría, hilando fino en esta
tradición ideológica, la alienación de
las clases trabajadoras a partir de la ubicación subordinada de las mismas a las
burguesías dominantes en el proceso productivo capitalista y la consecuente
reproducción de plusvalía, etc.
Desde nuestra parte se
comparten, y hacemos nuestros, en esos “niveles finos” del pensamiento académico, este diagnóstico crítico. Cómo no asumir como
horizonte futuro una sociedad en la cual sus trabajadores se auto-realicen
mediante modos creativos, no alienantes en sus actividades laborales y en sus
estilos de vida. Sin embargo, aún orientados por perspectivas de mayor valor en
búsqueda de escenarios emancipados, de autogestión laboral y autonomía
vivencial no se debe perder de vista el escenario político, económico y
cultural concreto. “Análisis concreto de la realidad concreta” (K. Marx).
Luego de años de
incremento de la desocupación, la
marginalidad y la precarización
económica y social, la recuperación de la masa laboral y de los ingresos por
parte del kirchnerismo constituyen un piso de dignidad para las capas
subalternas, que posibilita seguir
avanzando en el terreno distributivo y en esos otros aspectos “más sutiles”, en
la búsqueda de una sociedad auto-emancipada hacia el futuro.
El pasado reciente,
como se sabe, no se caracterizó precisamente por la fortaleza de un sujeto
histórico y por una trama social ideologizada portadora de una cultura política
igualitaria. Todo lo contario, eran tiempos del “vacio” (Gilles Lipovesqui), líquidos
(Zygmunt Bauman) -y aún lo son- atravesados por la mercadolatría y la banalidad.
Tiempos englobados en la hegemonía neoliberal que convocaban al “fin de la historia” (Francis Fukuyama) y a
la reducción de la política a la mera gestión desprovista de conflictos
perturbadores. Tiempos de derrotas del campo popular, de licuación de
identidades colectivas, de imaginarios sociales atravesados por lógicas
individualizadoras, contenidas en agendas comunicacionales volátiles y
despolitizadas.
En un contexto reciente
marcado por la implosión del denominado “socialismo real” a fines del siglo
anterior, la crisis del marxismo, el reinado de un neoliberalismo excluyente y
brutal, el debilitamiento de las soberanías estatales en manos de una
globalización financiera especuladora e instantánea, capaz de socavar legitimidades gubernamentales en cuestión de
horas, de deudas externas
propulsoras del ajustes permanentes. Si en esos años opacos y oscuros para
perspectivas emancipadoras, con la inminente imposición del ALCA como agudización de la dominación norteamericana
en nuestra región, alguien hubiese pronosticado el giro “a la izquierda” en la
primera década del siglo XXI en Latinoamérica, y que la palabra socialista sería
rescatada y puesta en el tapete de la agenda pública por algunos de estos gobiernos y que en Argentina,
incluso, tendríamos una gestión con empatía y amistad con los mismos, le
hubiesen diagnosticado al menos esquizofrenia leve.
La izquierda estricta contrataca
argumentando que estos “neopopulismos”, dentro
del cuales se
enrola el kirchnerismo, se habrían limitado a realizar transformaciones en el
niveles “superestructurales”, como la ampliación de las capacidades estatales,
la puja distributiva
con fracciones de la burguesía y el incremento del gasto social, pero en la
“estructura” están sostenidos en economías tecnológicamente dependientes, extractivistas,
transnacionalizadas basadas en la exportación de comodities en el mercado
internacional.
Aún aceptado este razonamiento
(aunque habría que discutir sino hubo cambios estructurales con
nacionalizaciones ha escala, en las experiencias más radicalizadas), en ese avance neo-populista en la “superestructura”
no es cosa menor si analizamos el pasado
reciente oscuro en el plano político y económico y la atmosfera cultural-comunicacional
heredada que aún nos envuelve.
Por otra parte, mal no
les vendría a las izquierdas estrictas algún ejercicio de mea culpa histórico.
El denominado “socialismo
real” no implicó justamente una experiencia
de autonomía, autogestión y libertad
para las capas subalternas, y si bien se garantizaron necesidades básicas la
explotación capitalista fue reemplazado
por formas de dominación desde castas burocratizadas privilegiadas, sin contar
la agudización del autoritarismo estatal, la violencia y el derrame de sangre,
que no contribuyeron precisamente a cultivar en el imaginario social las virtudes
de las ideas marxistas. Más bien todo lo contrario, favorecieron a la campaña
de demonización que realizara la derecha conservadora mass-mediatica mundial.
Se nos replica desde la
ultraizquierda, que el denominado “socialismo real” no constituyó un genuino
socialismo, que no se llegó a instancias socialistas verdaderas. Pero señores en
la práctica la aplicación del programa de izquierda salió “eso” y hay que
hacerse cargo de tal frustración, para no repetir los fracasos y conducir a los
pueblos al suicidio. Es comparable esta
problemática con el otro extremo ideológico. Los intelectuales y tecnócratas autodefinidos
como genuinamente liberales no se hacen cargo de los desastres económicos y sociales
que dejaron sus recetas monetaristas señalando o justificando que en
Latinoamérica, en la década del ’90, no se aplicaron las medidas neoliberales
correctamente como señala la teoría; alegando que los programas de
“achicamiento” del Estado debían tener como consecuencias promover la
competencia conjuntamente con un
florecimiento de Pymes y un sin fin de cuenta-propistas innovadores y
creativos, y no lo que finalmente “salió”: una creciente concentración de la
riqueza en oligopolios, rodeados de un mar de miseria y desigualdad.
Visto esto, entonces,
hoy más que nunca las “nuevas izquierdas”
de la región se ven obligadas a descubrir, a recorrer senderos de independencia
innovadoras para no repetir viejos fracasos, añejas frustraciones. Hoy más que
nunca adquiere vigencia aquella afirmación clásica del autor latinoamericano José
Martí: “inventamos o fracasamos”. Además
si éstas experiencias “neo-populistas” no implicaran experiencias
significativas para el universo progresista, para el historial izquierdista, por
qué creen que un viejo cubano (que algo sabe de revoluciones) realzaría
y apoyaría estos gobiernos, señalando incluso que CFK implica “el punto más
alto de resistencia de una mujer en América Latina”.
Desde ya que éstas
nuevas experiencias transformadoras deben avanzar en cuestiones estructurales
como una mayor apropiación de rentas en
búsqueda de programas distributivos de más profundidad que elimine de cuajo los bolsones
de miseria y pobreza que quedan por resolver. Es necesario discutir y
desarrollar nuevas formas de producción y de consumo más armónicas con la
protección medio-ambiental al mismo tiempo que se desarrollen tecnologías autóctonas capaces de cortar la dependencia con las
multinacionales y los países del centro. Además, (e ingresamos nuevamente en el
campo de las “sutilezas”) buscar en un
futuro orden social más emancipado, una cuestión que ha sido olímpicamente
obviada o desechada por las izquierdas tradicionales, el debilitamiento o la supresión
de la madeja de controles “capilares” sobre los cuerpos y el ejercicio del
poder disciplinario que se despliega en toda sociedad moderna produciendo
“sujetos dóciles”, que tan detallada y profundamente estudió el francés Michel Foucault.
(Un socialismo panoptizado no interesa).
Sin embargo,
radicalizar los procesos de cambio implica acentuar la descolonización de las
subjetividades de las capas subalternas, presas aún en porciones
significativas, a pesar de las presentes experiencias re-politizadoras contra-cuturales,
de la atmosfera hegemónica mediática conservadora. Conformar o solidificar una
nueva hegemonía “nacional y popular”, una
nueva “fe”, como señalara el genial intelectual italiano Antonio Gramsci, que
asuma la conciencia incluso que tal radicalización pueda implicar costos
económicos y sociales transicionales y afectar la gobernabilidad. Si no sé es consciente
de esto desde las izquierdas, si no sé es consciente de la correlación de
fuerzas en su dimensión cultural se corre el riesgo, en definitiva, de dejarle
la mesa servida a la restauración conservadora.
PD1: Conflicto agrario, Resolución 125 y las posiciones de la izquierda
Durante el conflicto agrario entre el gobierno
nacional argentino y la burguesía rural durante el año 2008 una parte de la
izquierda se alineó insólitamente (¿insólitamente?) con la Sociedad Rural. Otros
sectores izquierdistas diagnosticaron el evento como un conflicto de naturaleza “inter-burguesa” del que los trabajadores debían estar
ajenos.
De los primeros, qué se puede decir. Sin palabras.
De los segundos, se hace necesario señalar que desde una matriz marxista
estricta, académica e intelectual, se puede aceptar, no es errado diagnosticar el enfrentamiento
del gobierno con las patronales agrarias como “burguesa”. Pero aun respetando
este análisis, ¿no constituía una oportunidad histórica para los
intereses de las clases subordinadas, esa “contradicción burguesa”, para intentar “meter fichas” en contra del
modelo dependiente sojero que tanto se critica?, ¿o estaremos en vigilia toda una vida para
aplicar la soñada “reforma agraria”? La realidad
concreta, lamentablemente, no funciona exactamente como dicen los manuales. Era
una buena oportunidad, el conflicto con el “campo” para ganar posiciones captando
una proporción mayor de la renta para intentar políticas redistributivas y no terminar haciendo la vista gorda con una
posición “neutra” con objetivos de máxima, que terminan siendo funcionales a la derecha. Aunque seamos
justos, también hubo sectores muy minúsculos de la izquierda y campesinos que
se ven amenazados por el avance de la concentración de tierras, que apoyaron la
resolución 125, demandando incluso un mayor porcentaje de la renta sojera para
intentar fines distributivos.
PD2: ¿Agotamiento del modelo neo-desarrollista?. Satisfacción de la derecha.
¿Satisfacción de la izquierda?
Ciertos sectores intelectuales de izquierda, al
igual que en el 2007, hoy están pronosticando el agotamiento del “modelo
neo-desarrollista”. Con cierto dejo de satisfacción aluden que se viene desmadrando el gasto
público, que las restricciones externas, el déficit energético, etc. Si se tapan los nombres de los autores, este
diagnóstico negativo tiene, ciertos parecidos con el de intelectuales y
economistas de la derecha. Obvio que las
diferencias son abismales en el terreno de las “soluciones” que proponen ambas corrientes
de pensamiento. Los conservadores van por ajuste, subordinación a los organismo
internacionales, achicamiento del sector público, entre otras cosas, para
conseguir recrear el deseado “clima de
negocios” que conduzca o estimule a la burguesía a reinvertir sus utilidades; y
por el contrario “la izquierda estricta” propulsa la estatización y
democratización integral de sectores rentísticos de la economía.
Sensaciones en el epílogo
A pesar de esta “respuesta” a la “izquierda estricta”
me generó (me permito la primera persona) cierta simpatía el aumento electoral
del FIT (espacio al que se puede considerar parte de esta izquierda) en las
recientes legislativas. Permítanme celebrar también la creciente militancia juvenil en ese espacio político. Espero, sin
embargo, que a diferencia de estos años donde impugnaron todas las políticas
del espacio “nacional y popular” se
permitan distinguir las de claro orientación
progresista del gobierno y las apoyen, de las “otras” que está garantizado que
las rechazarán.