Por un lado los hay quienes, groso modo, reprueban al nuevo Papa por sus actuaciones dudosas durante la dictadura clericó-militar a la vez que no vislumbran buenos augurios en la política papal para con América latina. Entre ellos se encuentran periodistas como Horacio Verbitsky o intelectuales de la talla de Horacio Gonzalez, actual director de la Biblioteca Nacional. Sin embargo, los hay quienes si bien no soslayan estas dudas, tienen expectativas que se produzcan algunos cambios especialmente en el campo de los derechos humanos por parte de la cúpula eclesiástica, que implique alguna revisión o autocrítica de la actuación de la Iglesia en nuestro país durante los ´70 a la vez que se logre una mayor sintonía del papado con los gobiernos pos-neoliberales de la región. Entre ellos se hallan Luis Bruschtein, y Sandra Russo, cronistas ambos del diario Página 12, el politólogo Edgardo Mocca analista en el mismo periódico e integrante del programa 678 y el reconocido filosofo José Pablo Feinman.
Si en campo periodístico e intelectual progre de nuestro país se han suscitado visiones heterogéneas y diferencias conceptuales al momento de analizar el nuevo pontificado, más homogénea ha sido la reacción de los líderes izquierdistas de la región. Tanto Rafael Correa, presidente de Ecuador como Nicolás Maduro, referentes del denominado socialismo del siglo XXI en declaraciones en sus twiters personales salieron rápidamente a celebrar la “buena nueva”, no bien enterados de la noticia.
Homologas actitudes asumieron, salvo Mujica de Uruguay por sus laicismo estricto, el resto de los mandatarios de la región de todo el arco ideológico. De izquierda a derecha. Desde Piñera y Santos, presidentes conservadores de Chile y Colombia respectivamente hasta Evo Morales, (Bolivia) Dilma Roussef de Brasil, pasando por Humala (Perú) y Peña Nieto (México) todos encantados, “encandilados” con la novedad que un cura de la región ocupe el máximo pontífice.
Tal vez la mayoría de estos dirigentes reaccionen de modo positivo por convicciones religiosa personales o intimas, pero también se pueden explicar estas reacciones en que los presidentes latinoamericanos representan a sociedades fuertemente atravesadas por el catolicismo desde hace siglos, más allá que la región no constituye una excepción en relación a la pérdida de “clientela” ocurridos en todo el planeta en las últimas décadas en la Iglesia Católica. Pérdida explicada en buena medida por una Iglesia que no ha sabido adecuarse a las trasformaciones culturales y sociales contemporáneas.
En nuestro país, en tanto a la obvia y esperable alabanza de todo el arco político conservador con las que ya contaba el ex -cardenal Bergoglio, se sumaron parte de las filas oficialistas encabezas por la propia presidenta. Por el lado de los referentes de oposición (a quienes se los vio exacerbados hasta el éxtasis) el nombramiento del argentino en la máxima magistratura clerical puede significar una oportunidad real de ponerle límites, ahora sí, de una vez por todas a las “soberbias” de la primera mandataria CFK. Por otra parte, desde los sectores más encumbrados del oficialismo, olvidando las tenciones previas con Bergoglio, salieron a reconocer y a saludar como un hecho auspicioso el nombramiento del Papa argentino.
Al menos en ésta primera semana de gestión del nuevo Papa, las intenciones y las expectativas de la oposición conservadora vernácula de “marcarle la cancha” a Cristina se han visto diluidas. El tiro hasta ahora, les está saliendo por la culata. Francisco, parece haber tomado conciencia rápidamente que ya no es Bergoglio, y a pesar del fogoneo anti-K de la prensa hegemónica y sectores políticos y civiles de derecha desde su asunción, ha recibido cordial y rápidamente a la presidenta Argentina. Cristina en tanto, junto con las primeras líneas del gobierno, veloz de reflejos, y de modo pragmática salió a reconocer, como se dijo, de manera positiva el nombramiento de Fransisco. Desde las primeras filas del gobierno ven como una oportunidad de acentuar la influencia argentina y latinoamericana en la agenda mundial, el nombramiento histórico de un Papa de la región. De allí que el primer tópico planteado por la delegación de nuestro país ha sido el tema Malvinas.
Por otra parte, en el campo de la izquierda laica más pura (uno de sus exponentes de mayor prestigio es el sociólogo Atilio Borón) se está especulando en un futuro cercano, una vez que el Papa resuelva problemas de gestión en Roma heredados de los papados precedente, conflictos o avances de la Iglesia sobre los proyectos de izquierda o socialistas de la región en similitud a los llevados a cabo por el papa polaco Juan Pablo contra los regímenes comunistas durante los ´70 u ´80. Las mismas expectativas, pero en tónica positiva, parecen tener porciones burguesas o de clase media o alta de la sociedad latinoamericana y argentina conducidas por los medios de comunicación hegemónicos. Se ve como una oportunidad para, sino terminar, al menos socavar las gestiones de los gobiernos populistas.
Al menos por ahora si nos guiamos por los primeros gestos emanados por Francisco cuando hace referencia a la “Patria Grande”, estos temores vislumbrados por la izquierda, en el corto plazo, parecen exagerados a la vez que, en la otra cara de la moneda, las expectativas optimistas de las derechas civiles más rancias se ven diluidas.
Estas primeras armonías, al menos en el plano discursivo, con los progresismos de la región, sin embargo no implican que el futuro esté libre de asperezas o tenciones entre Roma y América Latina. En el caso que se agudicen las contradicciones entre los gobiernos de izquierda y los sectores dominantes habrá que ver cómo reacciona el nuevo Papa. Este, al igual que las gestiones progres de la región, adhiere a las políticas sociales y a una mayor cercanía con los pobres, lo desposeídos, pero muestra su cara reaccionaria cuando el poder político además de contener a los humildes los convoca a enfrentamientos con las clases dominantes.
Un botón de muestra de esa faceta lo expuso en Argentina durante el lockout agrario al gobierno de los kirchners, posicionándose claramente a favor de las patronales, dándole la espalda a los trabajadores que apoyan al oficialismo. Francisco I, obvio, no es ningún revolucionario y su reformismo social o la idea de una “Iglesia para los pobres” está presente siempre que no rebalse los límites de status quo económico y financiero. Hace casi medio siglo que Don Helder Cámara, obispo de Olinda y Recife explicó muy bien esta contradicción: "Si le doy de comer a los pobres, me dicen que soy un santo. Pero si pregunto por qué los pobres pasan hambre y están tan mal, me dicen que soy un comunista."
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