Desde fines del siglo XIX hasta mediados del siglo XX los lazos de representación
políticas estaban enmarcados en el paradigma del denominado partidos de masas o
democracia de partidos como lo analizara Bernan Manin en su conocido artículo “La
metamorfosis de la representación”.
Esta representación se caracterizaba por
lealtades permanentes, partidos ideologizados, identidades fuertes y correspondencia
perdurable entre los intereses de los estratos
sociales y los programas de los partidos políticos.
De este modo, en Europa el clivaje
izquierda-derecha constituía la escisión
predominante del campo político. Generalmente los sectores proletarios votaban o
inclinaban sus preferencias a los partidos comunistas o socialdemócratas y la
burguesía y clases medias altas a partidos conservadores.
En el caso argentino el eje de escisión
fue menos definido en términos de clase, puesto que la experiencia peronista fue
policlasista y anclado en un proyecto de
soberanía estatal y liberación nacional. De todas maneras, el clivaje se ordenó en torno a la escisión
peronismo-antiperonismo. Donde el primero contaba con apoyo electoral de los
trabajadores y el Radicalismo con la anuencia de las clases medias.
Simultáneamente los intereses de la
oligarquía y la alta burguesía, no
pudieron constituir un partido de derecha con viabilidad electoral, apelaban a los
golpes de estado militar para imponer sus intereses (Edgardo Mocca).
En la década del ‘60 y ‘70 -especialmente
con la llegada de la globalización, las
nuevas tecnologías y el predominio de los medios masivos de comunicación- los lazos de representación
se modifican, sufren al decir del politólogo Bernad Manin una metamorfosis. Se
privilegia la imagen de los candidatos, el slogan a través de las campañas
publicitarias de televisión, se desideologizan las propuestas partidarias,
aparecen los denominados partidos “atrapa todo”, al tiempo que la subjetividad
o conciencia de clases se diluye y es
reemplaza por la denominada opinión pública.
Las nuevas clases media, surgidas al
calor del Estado de Bienestar en Europa y de la sociedad de consumo, difuminan
la división de clases. Los patrones de consumo y los valores individualistas de
la burguesía son asumidos como propios por parte de los sectores subalternos al
tiempo que se debilitan los ideales revolucionarios.
En este escenario, los partidos
políticos desideologizan sus posturas con el propósito de captar el denominado “electorado independiente”, orientando sus propuestas hacia el “centro” donde
los medios de comunicación asumen un rol determinante.
En Argentina la cultura política basada
en la “alternancia” entre militarismo y el movimientismo tenía particularidades
propias, diferenciada de la cultura clasista de los países centrales, aunque la
efervescencia ideológica y política se mantuvo e incluso se intensificó en los ‘70
con el regreso de Perón y el pregonado proyecto del socialismo nacional de la izquierda peronista.
El regreso de la democracia en los ‘80
vino atravesado con la exaltación de las nociones de Estado de Derecho y las
libertades individuales, que cobran importancia tras la noche negra
del Proceso. En ese marco se sale de la cultura
movimientista que ocupaba todo el escenario político y se va instalando
un formato de sistema de partido con posibilidades de alternancia al estilo de
las democracias centrales, en nuestro caso mediante el bipartidismo radicalismo-peronismo.
Sin embargo, al mismo tiempo que se
instauraba incipientemente una democracia de partidos, que en Argentina había
estado ausente, en el mundo los partidos
dejaban de ser lo que habían sido en el pasado para adquirir relevancia la
denominada democracia de lo público o de “audiencia” analizada por Bernan Manin
en el
citado artículo sobre “La metamorfosis de la representación”.
En nuestro caso también adquiere
relevancia el impacto de los medios de comunicación en la política, la mercadotecnia política, las encuestas y
los sondeos de la opinión pública.
El problema que este nuevo formato
democrático lejos de constituir una ciudadanía culta y virtuosa que controlara
a los poderes, como pensaban los clásicos de la teoría democrática, se transforma
en una masa gelatinosa, volátil,
inestable, ecléctica, y de baja intensidad ideológica .
Al respecto, el politólogo Hugo Quiroga señala que “este modelo mediático
de la política no favorece precisamente la racionalidad discursiva, ni la
racionalización. La idea de un ciudadano autónomo pareciera alejarse”. Es más, afirma este autor puntano radicado en
la Universidad de Rosario: “El votante en una misma elección puede elegir a un
candidato de centro-izquierda a nivel nacional con otro de centroderecha a
nivel provincial o viceversa”.
O como señalara alguien insospechado de
pertenecer al mundo izquierdista crítico anti-sistema, el politólogo liberal
Giovani Sartori: “la televisión transforma la noticia en entretenimiento y la
información en espectáculo, contribuyendo a la producción de una visión cínica
y espectacularizada de la política. En las democracias contemporáneas la
opinión pública no es autónoma sino teledirigida”.
La consolidación de la hegemonía
neoliberal en los `90 que colabora con una cultura política apática, hedonista
e individualista acentúa y lleva al clímax esta metamorfosis de la
representación. Señalaba en esos años el
sociólogo de la FLACSO, Daniel García
Delgado: “La gente cada vez espera menos de la política y se orienta hacia el
mercado, lugar donde se decide si “va a salvarse” o no. Si la política estuvo
en el pasado dominada por las nociones de clase y nación, esta pierde ahora
esta determinación”.
De este modo, en un escenario donde adquiere predominancia el
marketing político, los sondeos de opinión, las encuestas y la personalización
de la política por sobre los programas partidarios, el voto depende cada vez más
de la “oferta política” o el clivaje estipulado por el candidato antes que un alineamiento
de clases o social automático. En este marco el modelo militante entra en
crisis porque ya no agrega poder (Daniel García Delgado).
Sin embargo, en paralelo a este
horizonte noventista empapado de cierto tratamiento trivial, espectacularizado
y banal de la política, se configura el surgimiento de voces contra-hegemónicas
de los expulsados del mundo del trabajo por
las políticas de “ajuste”.
Los denominados movimientos sociales
“piqueteros” tratan, rescatan la política
en los viejos lenguajes militantes, en torno a valores como la igualdad social, la recuperación del Estado, la re-significación
de la soberanía frente a los poderes fácticos
externos e internos, la regulación del
mercado.
Tras la crisis de representación e
ingobernabilidad del 2001, donde los dirigentes son percibidos por la sociedad como una casta privilegiada, autonomizada
de los problemas sociales (Quiroga Hugo),
el frágil sistema bipartidario se desarticula en múltiples candidaturas. De
esta forma se agudiza el surgimiento de candidatos “intinerantes”, que surfean al
calor de la agenda mediática, donde los partidos aparecen más como un “sello de
goma”. (No está de más decir que un
ejemplo prototípico del político nómade es el de Elisa Carrio quien cortó con el
Radicalismo para conformar ARI, la
Coalición Cívica posteriormente, luego la Alianza Faunen, para terminar
en las filas macristas).
Por otra parte, a partir del año 2003 se relegitima la
autoridad presidencial ya que el nuevo
presidente Néstor Kirchner toma nota las demandas ideologizadas de movimientos
sociales y sectores medios progres y las refleja en políticas estatales.
El kirchnerismo implica en este sentido
un intento de recuperación de la política en clave ideologizada y militante,
como en el modelo anterior, esta vez en torno del clivaje neoliberalismo y
antineoliberalismo, donde en el primero se hallan los intereses de las elites
económicas, corporativas y políticas y en el segundo los intereses del pueblo.
En este sentido el K intenta reordenar
el mapa político en torno a los proyectos de transversabilidad o concertación
plural a partir de configurar una constelación centro-izquierdista por fuera
del PJ.
Si bien el clivaje o la oferta electoral
del kirchnerismo en torno a los ítems estado-mercado o política vs
corporaciones, autoritarismo vs derechos humanos, anclado en la recuperación
económica y cierto bienestar material en los sectores populares el kirchnerismo,
logra altos índices de aprobación en la opinión pública, ésta, sabemos, no es sólida
y se caracteriza por una morfología gaseosa y voluble.
El kirchnerismo, en su alianza
circunstancial y táctica con los pulpos mediáticos, logra la anuencia de
porciones significativas de esta
ciudadanía fluctuante o de baja
intensidad ideológica, quizás necesarias tras una legitimidad electoral de
origen recortada del 22%, pero ante el conflicto con el establishment agro-mediático,
el apoyo de la opinión pública se desploma como un castillo de arena.
El kirchnerimo no logra imponer en la
sociedad una escisión propia de la cultura movimientista como la
de pueblo-oligarquía durante el conflicto agrario y la anuencia de una opinión pública
voluble y vaporosa que le había sido afín hasta ese momentos se desploma para
migrar hacia otros candidatos electorales dotados de una cultura política más light,
propia de la herencia cultual neoliberal o del formato democrático de lo “publico”,
en términos de Bernar Manin.
Esto se verá reflejado en la derrota
electoral del propio Néstor Kirchner en un bastión del peronismo, como es la provincia de Buenos
Aires. El triunfo se alza en manos de un
candidato timorato como Francisco de Narvaez quien constituye su campo electoral en torno a problemas que tiene “la gente”,
sobredimensionados por los medios de comunicación antes que en proyectos
ideologizados o relatos ideologizados de país.
No obstante el kirchnerismo, esquivando
toda sugerencia conservadora de aggiornarse para encajar en esta “democracia de audiencias
inestable”, prefiere abandonar todo posibilismo. Entonces, dotado de un
espíritu audaz y transgresor profundiza el camino progresista o izquierdista
con medidas tales como asignación universal,
por hijo, ley de medios, estatización
AFJP y Aerolíneas.
El kirchnerismo busca plasmar una
cultura política donde, a contramano de la cultura dominante de esta época posmoderna, las ideas primen sobre las fugases imágenes,
los programas sobre el marketing y la militancia colectiva predomine sobre el
electorado fugaz y golondrina.
El kirchnerismo, como cultura política, implica un repolitización y reideologización de sectores significativos de
la sociedad especialmente en sus segmentos más jóvenes. No obstante ha
resultado insuficiente.
Paradójicamente de cara a las elecciones del 2015, los candidatos con mejores intención de votos son los
que modulan una intensidad ideológica más moderada tales como Massa, Insaurralde, el mismo Scioli al interior del Frente por la Victoria,
más propia de la democracia pública o noventista.
Como los define el
politólogo José Natanson, director del Lemonde
Diplomatique, son políticos commodity. “Maestros en
el arte de eludir definiciones fuertes, los políticos-commodity pueden, como Scioli,
visitar el stand de Clarín el sábado y homenajear a Zaffaroni el miércoles,
prometen, como Massa, cambiar lo malo dejando lo bueno, o directamente dudan
entre jugar de un lado o del otro, como Insaurralde. Si los drones difuminan la
línea que separa la guerra de la paz, ellos sobrevuelan con asombrosa agilidad
la frontera entre gobierno y oposición que el kirchnerismo tanto se esfuerza en
subrayar”.
Así, el coctel formado con la preeminencia, en las encuestas de opinión, de candidatos “indefinidos” de cara a las elecciones presidenciales 2015, con poderes mediáticos agudizando una campaña deslegitimadora del elenco kirchnerista gobernante, con la configuración de los conocidos “climas destituyentes”, la continuidad de la cultura k con un candidato del “palo” parece una empresa complicada.
El kirchnerismo se halla ante un dilema
de difícil resolución. Si decide presentarse con un candidato moderado como
Daniel Scioli, corre el riesgo de perder identidad y auto-limitarse en las
transformaciones políticas culturales y sociales, al tiempo que no tiene
garantizado el triunfo electoral. Si decide presentarse con un candidato propio,
puede llevar a un cisma con parte del peronismo tradicional y conservador que
apoya a Scioli, espantar al electorado “indeciso” hacia fórmulas o candidatos aparentemente “suaves” -que prometen continuar con lo bueno,
pero evitar lo malo- y finalmente salir derrotado.
Para entender este dilema tal vez no sea
descabellado apelar a un viejo debate
entre Juan Domingo Perón y su delegado John William Cooke, en Argentina durante
la proscripción del peronismo en los ‘60. Cooke le demandaba a Perón la
configuración de un peronismo compacto en términos ideológicos, nutrido de los
cuadros más combativos, depurando del mismo a los elementos oportunistas,
acomodaticios, adulones, burócratas para
evitar que el peronismo continuara siendo “un gigante invertebrado” y se
consolidara como “el hecho maldito del país burgués”. A lo que Perón le responde desde Madrid, “si
voy sólo con los buenos, llego con muy pocos”.
Más allá de esta respuesta cargado de posibilismo del propio líder histórico del peronismo, la experiencia reciente indica que
en estos años han sido
en los momentos débiles donde el kirchnerismo
dobla la apuesta y muestra su carga más transgresora. Tal vez
esta no sea la excepción.
Biografía Consultada
-Natanson Jose ,“Chocolate laxante” 1 de
febrero, 2015, Pagina /12.
-Delgado Garcia Daniel, “Estado y Sociedad” , 1994, Norma, Flacso, Bs
As.
-Pousadela Inés, “Que se vayan todos,
enigmas de la representación política”. Claves para todos, enigmas de la
representación política, Capital Intelectual, 2006
-Mocca Edgardo, “Clivajes y actores
políticos en la Argentina Democrática”, Revista Debates, 2009.
-Galasso Norberto, “Los hombre que
reescribieron la historia”, Punto de
Encuentro, 2010.
-Manin Bernad, “La Metamorfosis de la Representación”
en M. Dos Santos, comp ¿Qué queda de la Representación Política?, CLACSO, Nueva
Sociedad, 1991
-Held David, “Modelos de Democracia”,
México,Alianza 1992.
-Quiroga Hugo, “La República Desolada”,
Edhasa, 2010
-Quiroga Hugo y Tcach Cesar (comp),
“Argentina 1976-2006. Entre la sombra de la dictadura y el futuro de la
democracia”, Homo Sapiens, 2006.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario