miércoles, 8 de mayo de 2013

EL PERIODISMO "PROGRESISTA", CONSERVADOR Y EL GOBIERNO DE LOS K (Publicado en Suplemento Temas Económicos, Revista de la Facultad de Ciencias Económicas de la UNRC, en agosto del 2009)

Esta nota de opinión se aleja, al tiempo que critica tanto las ideas denominadas progresistas o pretendidamente progresistas como así también aquellas visiones de derecha o conservadoras que nos agobian en los medios de comunicación con sus descripciones “epidérmicas” del gobierno de los K. Se comienza enunciando, entonces, que cuando nos referimos al pensamiento progresista en el mundo del periodismo lo personificamos en aquellos editores que pueden ubicarse o que se auto-reconocen en dicha corriente de pensamiento, como Jorge Lanata, Nelson Castro, o periodistas del semanario Perfil.

Este pensamiento, que a-priori podría ser un punto de apoyo o poseer cierta afinidad con el oficialismo, se ha vuelto tan agudo y crítico con el kirchnerismo que podría tranquilamente rozarse con las costas arguméntales del “gorilismo conservador” (so-pena, y actualmente no es poca cosa, de la endereza moral e idoneidad profesional que caracteriza a estos editores).

Esta percepción niega que el kirchnerismo tenga, aunque mas no sea en cuenta gotas, tintes reformistas y si los percibe los considera mas bien una redefinición del peronismo con sus lacras tradicionales pero ahora acomodado pragmáticamente en el campo progresista.
Entonces si “tiramos” sobre la mesa de discusión la redefinición del rol del Estado en relación al mercado que trajo el kirchnerimo, serían sólo cambios instrumentales y acomodaticios dado la eclosión del neoliberalismo del 2001; ante la reducción de la desocupación y la pobreza sería sólo producto del crecimiento económico a partir de los precios fabulosos de los comodities. Saturan en la cotidianeidad de la información con cuestiones formales que no dejan de tener su importancia como: los aparentes hechos de corrupción de cierto ministerio, los dibujos indec, el blanqueo de capitales, el estilo autista poco dialoguista de los K, las testimoniales. Pero terminan desinformando a la opinión publica omitiendo distinguir los rasgos esenciales del período como, y digámoslo de paso, ya lo hicieran durante el menemismo saturando a la sociedad con la vida suntuosa y corrupta de aquella gestión como si un neoliberalismo decente y prolijo no hubiera llevado a Argentina a la hecatombe social y económica a la que finalmente la llevó.

 Los “desaguisados” institucionales de los K también son machacados hasta el cansancio por el “gorilismo” periodístico tradicional (no hace falta personificarlo en demasía: Vicente Massot, Mariano Grondona, Joaquín Morales Sola, el diario La Nación, Cadena 3, al que habría que agregar al recientemente derechizado diario Clarín). Sin embargo hay que distinguir que entre ambas percepciones hay diferencias, y entre ellas una discrepancia que es fundamental: mientras que el “progresismo” periodístico descree u omite que el gobierno busque articular un modelo de desarrollo basado en la sustentabilidad del mercado interno, el pensamiento conservador, se va al otro extremo con el diagnóstico percibiendo en el intervencionismo estatal de los K una, como se dice por estos tiempos, chavización del gobierno. Visto las nacionalizaciones de ciertas empresas de servicios, las jubilaciones y la intervención en los directorios de las principales empresas del país, los intelectuales orgánicos de los “amos del capital” se creen amenazados por lo que consideran un gobierno populista con tendencias socialista. Se hace necesario dilucidar desde estas líneas que, ni el kircnerismo es, al menos hasta hoy, un populismo redistribuidor en versión izquierdizante o el advenimiento de un proyecto socialista del siglo XXI como se sensibilizan los voceros de la oligarquía industrial y agraria; ni un progresismo enteramente falso que adopta estas tendencias reguladoras en términos sólo instrumentales como sostiene o da a entender la “centroizquierda periodística”.

El kirchnerismo, desde sus inicios, se ha proyectado como una propuesta, se podría decir, ligeramente neo-desarrollista que en cierta búsqueda autónoma de las corporaciones económicas nacionales e internacionales (acostumbradas a mandar) trata de rearticular las vinculaciones entre lo público y lo privado para generar un capitalismo local con sustentabilidad y perdurabilidad en el tiempo, tratando de evitar, de este modo, la ciclotimia a la que conducía el mercado noventista autorregulado.

A la derecha periodística habría que explicarle que las nacionalizaciones, cuando se realizaron, fueron más bien tácticas, por motivos circunstanciales que parte de una política global o estratégica desde el gobierno. Las estatizaciones, por si acaso, del Correo, Aguas y Aerolíneas fueron motivadas por incumplimiento de los contratos, y la nacionalización de las AFJP para captar fondos que posibiliten remar con cierta zozobra las olas críticas de la economía internacional. Esto queda muy evidente por la negativa del gobierno a gestionar recursos estratégicos como el petróleo, el gas, la minería e incluso el comercio exterior de granos. No obstante podríamos darle, por delgada que sea, una línea de crédito al argumento conservador y de paso rechazar la percepción meramente instrumental que “el progresismo” le asigna a la supuesta artificial mutación intervencionista K. En los corazones, sabemos, de la juvenilia kirchnerista ha corrido hemoglobina setentista. Cristina y Néstor son cuadros políticos bien o mal empapados del espíritu igualitarista y revolucionario de esa época. En el presente maduro por el contrario, (si bien con un manejo heterodoxo en las políticas económicas ya comentadas) han consumado, tanto él, en el primer período, como ella en el segundo, una gestión conservadora del manejo de las cuentas públicas, (con quita y todo se han comprometido a sostener un 2% del superávit fiscal destinado al pago de la deuda externa al tiempo que mantienen un gasto social restringido), además de las también comentadas políticas “entreguistas” en los recursos naturales.

Ahora bien, si el gobierno percibiera un probable escenario marcado por el acoso de las corporaciones políticas o económicas a causa de su derrota electoral y una mayor debilidad en su legitimidad no habría que descartar, repito, por improbable que sea, se le ocurra “patear el tablero” en la prudencia fiscal y en la gestión de los recursos estratégicos, aplicando políticas redistributivas de profundidad mas en correspondencia con las emociones juveniles del pasado de sus principales dirigentes.

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