miércoles, 8 de mayo de 2013

DEBACLE DE UN SISTEMA HEGEMÓNICO (Publicado en Temas Económicos, Revista de la Facultad de Ciencias Económicas de la UNRC, el 14 de septiembre de 2003)

La crisis social, económica y política que estalla en los acontecimientos del 19 y 20 de diciembre del año 2001, que tuvo como víctima estelar al calamitoso gobierno de De La Rua, refleja el colapso de un sistema hegemónico que enarboló sus cimientos más sólidos durante la década del noventa.

La estrategia estructurada por los sectores dominantes, consistió en un proceso de sobornización y corruptela con el objetivo del logro de la cooptación de los líderes populares, políticos y sindicales, quienes se subordinaron complacientemente a los designios de los poderes económicos. De esta manera, los partidos tradicionales como el radicalismo y el peronismo quedaron huérfanos de toda posible capacidad de organización y planificación de la economía nacional, presos del temor(dulce) de los dictados del mercado.

Si durante buena porción del siglo xx, ante el terror de la expansión del socialismo real, los sectores dominantes logran elevar su hegemonía expandiendo los lazos institucionales, de una burocracia desarrollada en toda la sociedad civil de tal forma de lograr el consenso de las estratos subalternos a partir de su inclusión en el Estado. En la Argentina de principios de la década pasada, paradójicamente el contrato social se funda en una desarticulación despiadada del aparato estatal, donde es indudable las capas populares tarde o temprano saldrían definitivamente perdidosas.

Entonces en el marco del proceso reforma del Estado: ¿ Por qué la sociedad civil apoyó la política neoliberal, elección tras elección, aún palpando los niveles crecientes de desempleo y marginalidad que aquella producía y que la conducían a una escala de pobreza significativa ?, ¿ por qué la ciudadanía se entregó plenamente a su propia defunción?.

Quizás una de las posibles respuestas al interrogante se halle en el temor enraizado en el conciente colectivo del regreso al infierno inflacionario que supondría un cambio de modelo, y en la esperanza que un mejoramiento del mismo contribuiría a desterrar las calamidades sociales que generaba.
 Ese anhelo se consagró en pleno con el triunfo de la Alianza. Configuración política que, si observamos en retrospectiva, montó su campaña propagandística previo a las elecciones presidenciales sobre dos ejes centrales: una se refería a la limpieza ética de la praxis política prometiendo desterrar de cuajo el legajo corrupto del menemismo. Por otro lado, se garantizaba el tipo de cambio fijo a rajatabla.

El dilema que se planteaba era, que el primer principio se hacia muy difícil de respetar, puesto que la trasgresión sistemática de aquel constituía la condición primordial para conservar la convertibilidad. Es decir: el inminente derrumbe, tras dos años de recesión, del sistema hegemónico financiero basado en el endeudamiento, y en la renta de los monopolios privatizados, exigía para conservar sus ingresos en dólares-pesos la continuación desesperada de las políticas de recorte al presupuesto nacional para no ahuyentar a los acreedores. Esto implicaba seguir la cooptación por medio de la coima y el soborno a nuestros representantes.

La sociedad puede criticar muchos aspectos de la gestión de De La Rua, sin embargo constituye una verdad incuestionable que su gobierno no traicionó el postulado de mantener la convertibilidad hasta sus últimas consecuencias. Situación que finalmente lo llevó al ocaso con el golpe devaluatorio del mercado, cuando la economía Argentina se ahogó en su capacidad de pago previo continuum de medidas de ajuste que provocaban el achicamiento del mercado interno.

En el estallido social de diciembre del 2001 se vislumbra la culminación de un proceso que llevaba ya varios años de crisis de representatividad. La política regresa a las calles en las efervescentes manifestaciones sociales y deslegitimada la casta política tradicional, la sociedad civil nace como ámbito natural en la relegitimación de nuevas instituciones, más horizontales, más participativas. No obstante el paso de los meses y la relativa estabilidad en el control de las principales variables macroeconómicas que logra el gobierno de transición con la llegada de el ministro Lavagna, la marea pública, asambleas barriales, grupos piqueteros, regresa en la mayor parte de sus legiones al ámbito privado, cotidiano. Duhalde, y el publicitado “veranito”, no fueron la panacea ni mucho menos, después de la explosión de la paridad cambiaria y la devaluación que indudablemente significó una nueva succión y apropiación del excedente, mediante la caída estrepitosa de los salarios reales y el aumento de la pobreza en beneficio de la élite exportadora y del superávit comercial del Estado para seguir contando con el beneplácito de los organismos internacionales de crédito.

Tras las últimas elecciones presidenciales, marcada por una fuerte atomización electoral y una intensa aversión de la ciudadanía por la figura del ex mandatario, Carlos Menem. El actual presidente Nestor Kirchner en sus primeros pasos de gobierno ha sabido reconquistar los corazones de la ciudadanía en su avance sobre las corporaciones. Surge como incógnita si podrá acumular la fuerza política suficiente para emprender la ardua, pero no imposible tarea de construcción de una nueva hegemonía, más democrática, pluralista e inclusiva en beneficio de la todos los argentinos.

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