Un arma central a la
que acuden los medios hegemónicos con el objetivo de horadar los gobiernos
populares en América Latina es el tema de la corrupción.
Nuestro país no es la
excepción. Las clases dominantes desde el multimedios Clarín consiguen
hegemonizar a sectores importantes de la población con el discurso hipócrita moralista
anti-corrupción, sabiendo que la violación a la ética pública afecta
sensibilidades profundas del hombre de
la calle.
En el 18A, pero también en manifestaciones precedentes
tipo 8N, unas de las críticas medulares al kirchnerismo son los repudios al
gobierno por presuntos actos de corrupción reflejados en una estética de
investigación periodística cargados de elementos superficiales, frívolos y reduccionistas.
Sin duda que resulta irritable los actos delictivos de
los gobiernos no importa cual fuere la identidad partidarias o signo ideológico
de los mismos, pero tales si existieron
deben definirse en la justicia y no a través de escraches y fusilamientos mediáticos
impregnados de cinismo.
Cinismo que se refleja
en el dedo acusador de un multimedios, que
sin obviar sus negociados, está manchado con sangre. Sangre producto de la convivencia y complicidad con la más tenebrosa dictadura militar.
Desde cuándo los encubridores de negociados y
asesinatos tienen autoridad moral o estatura ética para criticar las posibles
irregularidades de una gestión. Es peor el acusador que el acusado. A las
clases dominantes, a diferencia de las personas de “a pie” no les interesa de modo genuino
las posibles corruptelas del gobierno,
sino que les viene “joya” el tema para canalizar descontento social frente a
una gestión que ha afectado sus intereses y privilegios. Importantes sectores
de la población lo saben, obviamente no estaban en el 18A ni el 8N.
Esto no excluye, sino
todo lo contario, la necesidad de un
periodismo genuino capaz de controlar a
los poderes no sólo políticos sino también económicos y simbólicos. La nueva
Ley de medios espera.
.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario