La inflación se ha estancado en
estos dos últimos meses. El frente externo se ha tranquilizado después del swap
chino y la reciente salida al mercado
financiero con el “Bonar 2024”, lo que demuestra que Argentina tiene acceso
al mercado de capitales a pesar de la campaña mediática de la derecha y el
ataque especulativo de los fondos buitres.
Los sindicatos presionan al
gobierno por paritarias libres “sin
techo” que superen el 30%. El gobierno ha otorgado cierta progresividad al
impuesto a las ganancias para aquellos asalariados con ingresos entre 15.000 y
20.000 pesos, lo que implica un aumento entre el 5 y el 6 % de estos sueldos.
El Ministerio de Economía se
muestra temeroso ante aumentos de ingresos que superen holgadamente el 30%.
Se aspira a que entre el 25 y el 26
% que otorga la burguesía y la reciente flexibilización del impuesto a las ganancias, los aumentos ronden el 30%. Tal vez apenas
por arriba, tal vez apenas por debajo, dependiendo de cada sector.
El gobierno tiene temores
lógicos que incrementos “desmedidos” de
los salarios en “blanco” reactualicen la puja distributiva. Es decir, que las
empresas trasladen esos aumentos a la remarcación de precios de bienes finales
elevando la inflación, perjudicando de este modo al resto de los asalariados más
vulnerables: como los pequeños cuentapropistas, trabajadores informales,
beneficiarios de planes sociales, miembros de fábricas auto-gestionadas.
Por tal motivo, el gobierno, les
solicita solidaridad para con sus compañeros de clase, a los trabajadores
registrados para que moderen sus apetencias salariales.
Muchos de estos trabajadores
registrados que habían sido excluidos del sistema laboral durante la crisis del 2001, en el periodo kirchnerista han logrado creciente acceso al mercado de consumo masivo tecnológico y no quieren perder en el
progreso y modernización personal. “¿Sino para que trabajás?”, señalan.
O, en términos del autor marxista John Holloway, en un
capitalismo contemporáneo despótico en las unidades fabriles, alienados y
rutinizados en el proceso productivo, el
trabajador compensa “el infierno” del trabajo con el paraíso del “consumo” en
aquellas economías con Estados de Bienestar o intentos bienestaristas. El
kirchnerismo sería un ejemplo de búsqueda bienestarista en esta economía periférica
y dependiente.
Ademas, esta situación se
complejiza, porque masivos aumentos salariales de los sectores mejor
organizados y con capacidad de presión (si logran cierto excedente o capacidad
de ahorro) se vuelcan a la compra de
electrónica y a consumo en la industria automovilista que contienen un alto componente
importado.
Esto implica reducción de divisas
del Banco Central para cumplir tales importaciones. Como se sabe, esta reducción de dólares por “consumo” más la
“fuga de capitales” traer aparejado bruscas devaluaciones y problemas de
gobernabilidad a los gobiernos.
Como señala el economista afín al
oficialismo, Andres Asiain, no estamos en condiciones de ingresar en un “boom”
de consumo de electrónica como los anteriores años del kirchnerismo y aconseja
destinar recursos en salud, educación y construcción, sectores con baja o nula
demanda de la divisa norteamericana.
A lo que se le puede agregar que, aún
si estuviéramos en un escenario de exceso de
dólares, el “boom” de consumo internacionalizado no colabora con una noción de desarrollo
sustentable perdurable en el tiempo y
diversificación productiva, para que el
país permita integrar a casi un tercio de la población que todavía lidia con la informalidad y la inestabilidad laboral.
En relación a los trabajadores “modernizados”, el pensamiento progresista o
el mundo sindical en general deberían comenzara pensar en no
reducir la “cuestión laboral” en
términos de demandas estrictamente economicistas, que terminan
siendo, en no pocas oportunidades, corporativas y particularistas, para
comenzar a debatir aspectos cualitativos del mundo del trabajo.
Quizás se debería abrir una agenda
de debate que incorpore otras dimensiones del espacio laboral, que incluya pero
supere la reactualización salarial, tales como: intensidad y horas de trabajo, democratización
de los procesos productivos, autonomía y
creatividad, rotación y des-rutinización a partir de las cuales el trabajo implique una gratificación por si mismo que
busque moderar los deseos consumistas no indispensables (superfluos) del
asalariado, que fomentan los medios
publicitarios de comunicación.
Comenzar a abrir el horizonte de
discusión sobre la denominada “sociedad
de consumo” o en otros términos “el modo de vida norteamericano” no es una
tarea sencilla, pero tampoco es totalmente ingenua ni voluntarista si tenemos en consideración el
contexto de búsqueda de socialismos del siglo XXI en países de nuestra América
Latina.
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