Recientemente, la
organización de la cena del PRO vio colmada sus instalaciones con el “módico” aporte
de 50 mil pesos por empresario para colaborar con la campaña presidencial de
Mauricio Macri.
La pregunta inmediata
y evidente que surge ante este glamuroso acontecimiento es cómo es posible que
después de una década K en donde la alta burguesía la “ha levantado con pala”
reviente las instalaciones PRO apoyando a Macri.
Decía el politólogo
Guillermo O’donnell, a mediados de los ’70,
en un artículo denominado “Estado y Alianza de clases”, que la alta burguesía para salir de la crisis o de recesiones muy prolongadas, al principio “dejan hacer” a los
gobiernos populista en tanto se benefician del crecimiento económico.
Pero las sucesivas
paritarias y aumento de salarios les resulta cada vez más incómodos para ser
competitivos en tanto que las “excesivas”
regulaciones estatales agudizan su malhumor, porque entienden que el mundo de
los negocios es un asunto exclusivamente privado.
El lucro y la
obtención de ganancias es un aspecto sustancial de sus actividades empresariales
y se podría decir de sus vidas. Sin
embargo, para que el proceso de acumulación capitalista y reinversión se
produzca con cierto éxito es necesario un clima de "orden" y normalidad en los
lugares de trabajo.
Es muy común que en
los ciclos de crecimiento económico, con la reducción del desempleo en
conjunción con un Estado activo en políticas sociales que permite cierta desmercantilización
de la fuerza de trabajo, el proletariado disminuya sus temores a perder el empleo y cambie la correlación de
poder en el trato cotidiano con los patrones o gerentes.
Esto se puede ver
reflejado en cierto desgano, por la propia rutinización, de la fuerza de trabajo
en las unidades productivas, crecimiento del ausentismo y el sabotaje laboral.
Algo de eso hay en
los recientes conflictos que ha tenido como protagonista a la izquierda en
empresas como Donnelley. Si se escucha las
voces de la patronal, justifican las expulsiones “porque no tienen ganas de trabajar”.
El populismo y las
políticas de pleno empleo así como el modelo de sustitución de importaciones permiten actitudes indisciplinadas,
desobediencias, rebeldías por parte de la fuerza de trabajo.
Es esto lo que
molesta al empresariado, además de posibles recortes de sus ganancias por las paritarias y excesivas injerencias
estatales, el desorden y la indisciplina en las células del sistema de
propiedad privada, es decir en sus fábricas.
La búsqueda de autonomía por parte de fracciones obreras en
relación al ritmo de su trabajo, a la
manera de realizar el proceso productivo, en evitar aspectos del trabajo
alienante, es un viejo problema que padecen
las clases dominantes. Se trata de relaciones de poder que se producen a
nivel “capilar”, parafraseando al francés Michel Foucault.
Es más, si
recordamos el Golpe de estado del ‘76 en
nuestro país, fue justificado por la fuerza castrense para poner orden a lo que
ellos consideraban el cáncer en la sociedad argentina: la indisciplina.
Con este fin había
que desarmar el modelo de sustitución de importaciones y una economía semi-cerrada, agudizado por el peronismo, sobre el cual sostenían sus fuerzas la clase obrera, a través de políticas neoliberales ortodoxas de apertura comercial y reducción de gasto público. Ese fue el sentido de
destrucción del aparato productivo por parte del inefable ministro de economía de la dictadura José Alfredo Martinez de Hoz.
Hoy, los tiempos han cambiado, observando las encuestas con tres candidatos presidenciables que van del centro a la derecha en el espectro ideológico, la alta burguesía no necesita los cuarteles, le alcanza con el poder hegemónico de los medios de comunicación.
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