El lanzamiento electoral en estos
días de Sergio Massa refleja momentos dichosos, de algarabía del establishment.
Son evidentes las expectativas de las clases dominantes en un Massa que inaugure
el camino de clausura definitivo del “zurdaje” conflictivo.
El kirchnerismo ha
garantizado al mundo de los negocios pingües ganancias en esta década, pero su
prolongación en el gobierno resulta incomoda, por la imprevisibilidad que
puedan acarrear sus orientaciones democratizadoras y redistributivas inmediatas
y futuras.
Massa se presenta como
una figura conciliadora, dialoguista, un verdadero paladín de la racionalidad y
la sensatez. Se exhibe como líder de una generación de dirigentes políticos
devenidos a superar los estériles e insulsos conflictos, que trajo aparejado el
kirchnerismo. Experiencia gubernamental que, si bien se reconoce, ha
cristalizado algunos logros sociales, pero ha implicado, al mismo tiempo, una pérdida y un derroche de tiempo preciado para
iniciar una genuina senda modernizadora que conduzca finalmente al país al camino
del progreso y el desarrollo.
El conflicto en el
advenimiento de la nueva época, en la
luminosa era pos-kirchnerista que presenta el Massismo, va a ser considerado arcaico,
va a constituir una verdadera pieza de museo. Se trata de ingresar, entonces,
a la nueva era dichosa del consenso total.
Massa sin embargo, en
estos años de crepúsculo, de ocaso K busca no identificarse en una oposición
áspera y recalcitrante, sino que se presenta como síntesis modernizante,
virtuosa y superadora de la antinomia kirchnerismo-antikirchnerismo. Donde se “reconoce
lo bueno, pero se elimina lo tóxico”. Frase que, sobre todo en su segunda
parte, es música para los oídos del
establishment.
De lo que se trata para
Massa, es que su Frente Renovador adopte como propio el piso de inclusión
social y ampliación de ciudadanía del kirchnerismo pero despojado del espíritu
confrontativo y crispado del oficialismo.
Configura una postura, ésta, por demás atractiva y
armónica que encarna, hace mella en amplios segmentos del electorado moderado que
rescatan elementos virtuosos en materia social, salarial o laboral del
kirchnerismo pero que les sensibilizan sobremanera los excesos “autoritarios”,
las formas desprolijas y las actitudes “soberbias”
del gobierno nacional.
Sin embargo, las
ambigüedades y contradicciones que
radican en esta perspectiva son evidentes; habría implicado una quimera los
logros sociales y económicos de la actual gestión ausente una marcha decidida y
confrontativa del kirchnerismo contra las corporaciones acostumbradas a mandar.
Massa es una figura
joven, moderna y carismática que se mueve en un océano de genéricas palabras,
posturas eufemísticas y discursos grises y difusos. Ideal para el marketing
político desideologizado. Gestos, eslóganes,
imágenes, poses que encubren y difuminan sus pensamientos y sus orientaciones
políticas conservadoras. Subido a la ola
mediática que lo sostiene, busca trascender
las identidades de clases buscando recolectar electorado en todos los segmentos
sociales.
Sin embargo detrás del
humo y la estética banalizante comunicacional, Massa reencarna los sueños de la
restauración conservadora de las élites poseedoras en Argentina. Sacarse de de encima
la “incomodidad K” para volver a la normalidad. Normalidad que se parece más al pasado turbio reciente para
los sectores populares más que a un futuro auspicioso como pregona Massa.
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