Hace unos días la CAME, entidad gremial que nuclea y
representa a pequeñas y medianas empresas en Argentina, emitió un comunicado
donde señala su apoyo al programa de ajuste y “reformas” lanzadas por Cambiemos
desde el gobierno nacional.
¿Se trata de un apoyo sorpresivo el de esta entidad
gremial empresaria al gobierno de Mauricio Macri? .
Si nos remitimos a los datos laborales actuales no debería resultar impensada tal declaración de
la CAME.
Además del ámbito rural, es en las Pymes donde
radica el mayor índice de empleo informal en la economía del país.
Este sector, palabras más palabras menos, señala que
esta situación precaria de sus empleados se debe al alto “costo laboral” que
implica regularizar su planta de trabajadores.
Es un discurso muy similar al planteado por las
elites gubernamentales de Cambiemos para justificar su plan de flexibilización
y precarización del mundo del trabajo.
Lo paradójico
que históricamente es durante los gobiernos populares, por sus políticas
orientadas al mercado interno, estímulo a la demanda y al consumo cuando las Pymes se ven altamente beneficiadas.
Actualmente Cambiemos aplica un cronograma de
“actualización tarifaria” así como una política de consumo popular limitada que
las perjudica.
Durante el kirchnerismo se generaron cientos de
miles de Pymes nuevas, resultando sujetos centrales en la ecuación económica de
la anterior gestión.
Sin embargo hoy esa declaración de la CAME las encolumna
detrás de la actual gestión de Cambiemos y de los intereses y la percepción de
la alta burguesía concentrada local e
internacional.
A decir verdad, no es este, un comportamiento novedoso de la “burguesía nacional” en Argentina.
Tanto durante el primer peronismo como durante el
kirchnerismo las Pymes perciben su rentabilidades vinculadas
a un consumo popular frondoso que
aquellos le garantizan, pero cuando la orientación económica y política cambia
los salarios son percibido más como un “costo” que como posible fuente de
ganancia.
Se trata de una actitud históricamente pendular o cíclica la del
“empresariado mercado-internista” que
oscila entre aliarse con la clase obrera o subordinarse a la alta burguesía.
Incluso cuando en el imaginario político-ideológico
policlasista que sustenta a los gobiernos populares las fracciones de la
pequeña y mediana burguesía formarían
parte del “pueblo” en articulación con la clase obrera en el enfrentamiento con el establichment o
la oligarquía.
También es verídico, para no generalizar, que anidan
en su seno actores progresivos que toman protagonismo cuando las falencias de
los gobiernos neoliberales se vuelven muy evidentes.
A modo de ejemplo:
Estos actores toman relevancia contra la dictadura de Ongania en los ‘60, y
sus efectos perniciosos de su plan de modernización, simpatizando incluso con el “Cordobazo” y las luchas armadas posteriores que
reclamaban el regreso de Perón tras 18 año de proscripción.
Asumieron también cierto protagonismo sobre los
epílogos frustantes de los ensayos neoliberales de la dictadura de los setentas
y el menemismo noventista, cuyos modelos condujeron a la quiebra de miles de
Pymes.
Quizás esos actores progresistas resurjan cuando el neoliberalismo reinante actual muestre resultados económicos y sociales aún peores.
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