El giro discursivo
de Mauricio Macri (kirchnerisandosé), después de ganar de manera ajustada la
elección en ciudad de Buenos Aires a contraposición del resultado esperado,
(que su candidato Horacio Larreta se
impusiera por una diferencia al menos arriba de 8 puntos por sobre Martin
Lousteau, que le diera una plataforma local sólida para expandir sus figura de cara a las elección presidenciales) ha
generado las obvias reacciones críticas, por decirlo de algún modo, del
kirchnerismo y también de aliados y otros opositores.
La defensa de las
principales políticas del gobierno nacional, como la asignación universal, la nacionalización de
YPF, o la estatización de Aerolíneas, después de haber votado en contra en el Congreso cada una de estas políticas,
símbolos del proceso kirchnerista, en una lectura rápida de lo sucedido, se
parece a un papelón como mínima, o a una
irracionalidad política de parte del espacio macrista.
Pero quizás sea
necesario indagar otros itinerarios argumentativos para tratar de entender o hallar alguna explicación o
racionalidad a este “papelón” macrista.
Desde una
concepción política guiada por una identidad, por convicciones, por la búsqueda
de una democracia ideologizada y participativa que aspire a una sociedad más
igualitaria -presente en la militancia K y en cierta militancia de izquierda-, este giro discursivo
del Pro no puede “sonar” más que a un
combo ridículo vacío y cargado de oportunismo. Y obvio que quien escribe este
artículo comparte esos calificativos.
Pero el espacio asesorado por Duran Barba analiza la realidad electoral y la democracia desde otra racionalidad política o esquema de percepción que aquellos militantes de partidos o movimientos que guían sus acciones por la búsqueda de algún de norte de una sociedad más igualitaria tal vez les cueste (nos cueste) entender.
El macrismo alejado de una idea de democracia y ciudadanía entendida en el sentido clásico como participación del pueblo o estilo de vida (con ecos que provienen de la democracia directa de los griegos o los idearios de J. J. Roussseau), o más clasista donde el sujeto obrero adquiere una centralidad fundamental, parte de una concepción democrática análoga a la de un mercado económico como lo describió el economista austriaco J. Schumpeter casi a mitad del siglo pasado.
Esto significa percibir el ámbito político como un mercado económico, el cual no está
integrado por ciudadanos que “piensan” en
políticas, que luego aplicarán sus representantes, sino que los mismos son
identificados como meros consumidores, en tanto los políticos son percibidos
como empresarios que “venden” sus propuestas como en un sistema económico.
Schumpeter dejó de
percibir la democracia como se había pensado hasta ese momento en la teoría
política tradicional. Es decir la Democracia entendida como una forma de
gobierno o una forma de vida inspirada en ideales tales como la voluntad
general y el bien común, para definirla solamente como un método electivo.
El pueblo en esta concepción deja de existir como un conjunto de ciudadanos racionales, interesados en la cosa pública, para recluirse en sus problemas privados (Daniel Garcia Delagado). O, cuando se interesa, percibe la política en sus dimensiones más de superficie antes que desde argumentos profundos que piensen en cuestiones o problemáticas estructurales.
En este sentido la
ciencia política contemporánea a partir
de Schumpeter dejó de definir a la democracia en su clásica acepción como
“gobierno del pueblo” para entenderla como gobierno de la elite dirigencial, es
decir el “gobierno de los políticos” (José Nun)
Esta concepción
procedimental y apática de la democracia en que se sostiene el principal asesor
de Mauricio Macri, el ecuatoriano Duran Barba, se ve
reflejado en cuanta entrevista periodísticas se le presenta cuando señala, en sus propias que palabras, que
aproximadamente un “60 o 70% de las ciudadanos
que conforman las sociedades actuales no se interesa por la política”. O como señala, lo citamos de paso, en tonos parecidos,
el otro dirigente opositor al actual gobierno, Sergio Massa cuando se refiere “a
la gran avenida del medio” entre el hiper- kirchnerismo a ultranza y el antikirchnerismo furioso y conservador.
Desde esta
cosmovisión reduccionista de la democracia constituidas por ciudadanos
despolitizados y apáticos la mayor parte del año o a lo sumo transformados en
meros “consumidores” en las inmediateces de una elección, no resulta totalmente
descabellado o irracional “acomodarse” a
los vaivenes de esta “gran avenida del medio” que constituye en buena
proporción la denominada opinión
pública; y actualmente hay un clima de época donde la opinión pública, a
diferencia de los noventa, que se inclinaba por las propuestas privatista y por
la exaltación del mercado, se inclina
por una orientación más estatista o interventora del rol del Estado.
Igualmente, en este
marco, los partidos no pueden adoptar ideologías idénticas, al decir de otro
politólogo de esta corriente formalista o minimalista de la democracia como el
norteamericano Anthony Downs, “porque deben crear diferencias suficientes para
que su producto (la ideología) se distinga de sus rivales y así atraer votantes
a sus urnas. Sin embargo, igual que en un producto de mercado, cualquier
ideología que tenga un éxito considerable es imitada muy pronto, y las
diferencias se producen a niveles más sutiles”.
Esta orientación ideológica
configurada por el kirchnerismo en los 2000 parece “exitosa”, en los términos de Antony Downs. Entonces es
perfectamente racional que el macrismo busque imitarla en su discurso,
presentando al decir del politólogo norteamericano “diferencia a niveles más sutiles”. En el caso del PRO las diferencias
que busca establecer están vinculas con
la gestión, con la administración. Se presenta como más eficiente, más competente
frente al “despilfarro e ineficacia” kirchnerista en el manejo de la cosa pública.
Si se presta atención con anterioridad a este giro discursivo, los macristas estaban dando pistas de esta “metamorfosis ideológica” cuando semanas atrás en sendas entrevistas por los medios hegemónicos María Eugenia Vidal decía adherir a la figura de Evita o Duran Barba señalaba al macrismo como un partido progresista.
Sin embargo, aún
cuando se ha tratado, en el presente artículo de problematizar la racionalidad política del
giro discursivo del macrismo, aún cuando
se intentado matizar lo que puede resultar a primera vista un accionar
desacertado y desconcertante, lo que resulta inoportuno y un tanto un tanto tosco y bizarro, es adoptar como propias
las políticas progres del kirchnerimo en
el mismo momento, en el mismo instante
de una casi derrota electoral y bruscamente sin apelar a ningún tipo de sutilezas,
de gradualidad o simulación por parte del máximo dirigente del PRO, Mauricio
Macri.