martes, 28 de julio de 2015

LA RACIONALIDAD POLITICA DEL GIRO DISCURSIVO DE MAURICIO MACRI


El giro discursivo de Mauricio Macri (kirchnerisandosé), después de ganar de manera ajustada la elección en ciudad de Buenos Aires a contraposición del resultado esperado, (que su candidato  Horacio Larreta se impusiera por una diferencia al menos arriba de 8 puntos por sobre Martin Lousteau, que le diera una plataforma local sólida para expandir sus figura  de cara a las elección presidenciales) ha generado las obvias reacciones críticas, por decirlo de algún modo, del kirchnerismo y también de aliados y otros opositores.

La defensa de las principales políticas del gobierno nacional, como  la asignación universal, la nacionalización de YPF, o la estatización de Aerolíneas, después de haber votado en contra  en el Congreso cada una de estas políticas, símbolos del proceso kirchnerista, en una lectura rápida de lo sucedido, se parece a un papelón como mínima, o  a una irracionalidad política de parte del espacio macrista.

Pero quizás sea necesario indagar otros itinerarios argumentativos para tratar de  entender o hallar alguna explicación o racionalidad a este “papelón” macrista.

Desde una concepción política guiada por una identidad, por convicciones, por la búsqueda de una democracia ideologizada y participativa que aspire a una sociedad más igualitaria -presente en la militancia K y en cierta  militancia de izquierda-, este giro discursivo del Pro no puede  “sonar” más que a un combo ridículo vacío y cargado de oportunismo. Y obvio que quien escribe este artículo comparte esos calificativos.

Pero el espacio asesorado por Duran Barba analiza la realidad electoral y la democracia desde otra racionalidad política o esquema de  percepción que aquellos militantes de partidos o movimientos que guían sus acciones por la búsqueda de algún de norte  de una  sociedad más igualitaria tal vez les cueste (nos cueste) entender.


El macrismo alejado de una idea de democracia y ciudadanía entendida en el sentido clásico como participación del pueblo o estilo de vida (con ecos que provienen de la democracia directa de los griegos o los idearios de J. J.  Roussseau), o más clasista donde el sujeto obrero adquiere una centralidad fundamental, parte de una concepción democrática análoga a la de un mercado económico como lo describió el economista austriaco J. Schumpeter casi a mitad del siglo pasado.

Esto significa percibir el ámbito político como un mercado económico, el cual no está integrado por  ciudadanos que “piensan” en políticas, que luego aplicarán sus representantes, sino que los mismos son identificados como meros consumidores, en tanto los políticos son percibidos como empresarios que “venden” sus propuestas como en un sistema económico.

Schumpeter dejó de percibir la democracia como se había pensado hasta ese momento en la teoría política tradicional. Es decir la Democracia entendida como una forma de gobierno o una forma de vida inspirada en ideales tales como la voluntad general y el bien común, para definirla solamente como un método electivo.

El pueblo en esta concepción deja de existir como un conjunto de ciudadanos racionales, interesados en la cosa pública, para recluirse en sus problemas privados (Daniel Garcia Delagado). O,  cuando se interesa, percibe la política en sus dimensiones más de superficie antes que desde argumentos profundos que piensen en cuestiones o problemáticas estructurales.

En este sentido la ciencia política contemporánea  a partir de Schumpeter dejó de definir a la democracia en su clásica acepción como “gobierno del pueblo” para entenderla como gobierno de la elite dirigencial, es decir el “gobierno de los políticos” (José Nun)

Esta concepción procedimental y apática de la democracia en que se sostiene el principal asesor de Mauricio Macri, el ecuatoriano Duran Barba,   se ve reflejado en cuanta entrevista periodísticas se le presenta cuando señala,  en sus propias que palabras, que aproximadamente un “60 o 70%  de las ciudadanos que conforman las sociedades actuales no se interesa por la política”.  O como señala, lo citamos de paso, en tonos parecidos, el otro dirigente opositor al actual gobierno, Sergio Massa cuando se refiere “a la gran avenida del medio” entre el hiper- kirchnerismo a ultranza y el antikirchnerismo  furioso y conservador.

Desde esta cosmovisión reduccionista de la democracia constituidas por ciudadanos despolitizados y apáticos la mayor parte del año o a lo sumo transformados en meros “consumidores” en las inmediateces de una elección, no resulta totalmente descabellado o irracional “acomodarse”  a los vaivenes de esta “gran avenida del medio” que constituye en buena proporción la denominada  opinión pública; y actualmente hay un clima de época donde la opinión pública, a diferencia de los noventa, que se inclinaba por las propuestas privatista y por  la exaltación del mercado, se inclina por una orientación más estatista o interventora del rol del Estado.

Igualmente, en este marco, los partidos no pueden adoptar ideologías idénticas, al decir de otro politólogo de esta corriente formalista o minimalista de la democracia como el norteamericano Anthony Downs, “porque deben crear diferencias suficientes para que su producto (la ideología) se distinga de sus rivales y así atraer votantes a sus urnas. Sin embargo, igual que en un producto de mercado, cualquier ideología que tenga un éxito considerable es imitada muy pronto, y las diferencias se producen a niveles más sutiles”.

Esta orientación ideológica configurada por el kirchnerismo en los 2000 parece “exitosa”,  en los términos de Antony Downs. Entonces es perfectamente racional que el macrismo busque imitarla en su discurso, presentando al decir del politólogo norteamericano “diferencia a niveles más  sutiles”. En el caso del PRO las diferencias que busca establecer están vinculas con  la gestión, con la administración. Se presenta como más eficiente, más competente frente al “despilfarro e ineficacia” kirchnerista en el manejo de la cosa pública.

Si se presta atención con anterioridad a este giro discursivo, los macristas estaban dando pistas de esta “metamorfosis ideológica” cuando semanas atrás en sendas entrevistas por los medios hegemónicos María Eugenia Vidal decía adherir a la figura de Evita o Duran Barba señalaba al macrismo como un partido progresista.

Sin embargo, aún cuando se ha tratado, en el presente artículo  de problematizar la racionalidad política del giro discursivo del macrismo,  aún cuando se intentado matizar lo que puede resultar a primera vista un accionar desacertado y desconcertante, lo que resulta  inoportuno y un tanto  un tanto tosco y bizarro, es adoptar como propias las políticas progres del  kirchnerimo en el mismo  momento, en el mismo instante de una casi derrota electoral y bruscamente sin apelar a ningún tipo de sutilezas, de gradualidad o simulación por parte del máximo dirigente del PRO, Mauricio Macri.