El
liberalismo, durante el siglo XVII como doctrina política y social nace
progresista. Cuando al configurar el Estado de Derecho, John Locke -el padre de
esta cosmovisión ideológica- busca proteger los derechos, libertades y garantías
individuales frente a las arbitrariedades provenientes de las monarquías
absolutas medievales o pre-modernas.
La
ingeniería institucional del liberalismo, de modo gradual y con el transcurrir
de las décadas, se irá sofisticando con la implementación de la denominada división de poderes estudiada y sostenida por el Barón Montesquieu de Francia durante
el siglo XVIII y la consagración de aquellas libertades positivas para el
ejercicio ciudadano como las de expresión, prensa, de asociación sugeridas por los
utilitaristas ingleses Jeremias Bentham y
James Mill en siglo XIX. Todos
mecanismos constitucionales que
buscan evitar la concentración de poder
que pudiera violar los derechos y
garantías individuales, al mismo tiempo que procuran un mejor control de los actos de gobierno de
los representantes por parte de los
gobernados (Held David).
Esta
ingeniería institucional liberal va a resultar ninguneada por las tradiciones
de izquierda, acusándola con el tradicional
eufemismo de “burgués” puesto que asentada en una economía capitalista -entre
las garantías y derechos individuales- la protección de propiedad privada de los medios de producción
adquiere una relevancia medular (Katz
Claudio).
Este
diagnóstico peyorativo de las izquierdas euro-céntricas y también asumidas por tradiciones nacionales-populares
e izquierdas nacionalistas antimperialistas, en las décadas del ‘40 al
’70, en la periferia estuvo anclado en
percepciones reales y consistentes en el contexto histórico.
Ese
liberalismo que había nacido dotado de un espíritu progresistas en la historia,
ese liberalismo que confería influencias anti-conservadoras a las revoluciones dieciochescas, como las
norteamericanas y francesas, mutaba en los siglos XIX y XX en conservador y reaccionario frente al avance de
la nueva clase subalterna: el proletariado.
Aquellos mecanismos constitucionales liberales
que servían, en sus pasos inaugurales, para limitar el poder de los “reyes” y
“nobles” se orientaron, con el transcurrir del tiempo, en un armazón destinado a impedir, a obstaculizar o a filtrar los intereses redistributivos o los
sueños socializantes más radicales del nuevo sujeto (Boron Atilio).
A decir verdad, este espíritu conservador de
la democracia liberal ya había sido anticipado por un exponente central de la tradición liberal-norteamericana,
Madison. Este autor, junto a Jay y Hamilton en el Federalista, señalaba que el máximo peligro para las nuevas
democracias lo configuraba la denominada “tiranía de la mayoría”, de allí la
importancia de mecanismos institucionales como: la representación fiduciaria,
el equilibrio de poderes y el sistema de frenos y contrapesos ante los idearios
antifederalistas de democracia directa o cuasi-directa en clave rousseuniana. Estos
proponían una relación más cercana entre representante (convertido en mero
delegado) y el pueblo, mandato imperativo
mediante, y posibilidad de rápida
revocatoria de aquel en caso de traicionar a las “bases”
( Gargarella Roberto).
Con
la ampliación del sufragio y la
creciente concientización marxista entre fines del XIX y principios del XX con
orientaciones reformistas o revolucionarias de los sectores proletarios en el
avance de la modernidad, el temor de la burguesía ya no radica en la viejas monarquías
sino en la “tiranía de la mayoría” proletaria. Temor que conduce a generar y cristalizar fenómenos
sociales y políticos dotados de una naturaleza monstruosa ultra-reaccionaria en
la Europa civilizada durante las
primeras décadas del siglo pasado como el fascismo italiano y el nazismo alemán
.
Esas repugnantes experiencias demuestran que,
cuando las clases dominantes sienten
cercana las amenazas a sus medios de producción privado olvidan la veneración,
el respeto y la sacralización de instituciones republicana-liberales.
En América latina las oligarquías, en la misma
sintonía que sus primos europeos, se
sumaron al doble estándar. Mutando en dictaduras militares, tiran al tacho de
la historia las instituciones democráticas si perciben que las mismas se transforman
en amenazas distributivas para sus
propiedades. Igualmente, a diferencia de sus pares europeos, estos paladines
defensores seudomoralistas del orden republicano y sus voceros mediáticos, no tienen puritos
para proseguir con sus retóricas y simbologías
liberales- republicanas en plenas experiencias castrenses. Todos o la
mayoría de los golpes de estado se consuman con la justificación de defender y
proteger la constitución y la república frente al cáncer populista o comunista
(Forster Ricardo).
Si
experiencias democráticas redistributivas o con
pretensiones reparadoras en el plano social generan reacciones autoritarias en los
sectores poseedores, a mediados del siglo XX en la región, -lease peronismo,
varguismo- el efervescente clima emancipador radicalizado de los ‘70 es
percibido como de una naturaleza catastrófica para sus intereses privados.
De
modo directamente proporcional, si la percepción de amenaza de la propiedad privada
se sobredimensiona, mayor es la magnitud
reaccionaria de las elites, agudizando su espíritu represivo mediante formas inauditas de terror y crueldad. Las burguesías vernáculas no son
permeables a ningún límite ético en accionar represivo ante experiencias de
orientación socializantes. Los regímenes militares que las expresan van hasta
el tuétano mediante el uso ilegal del aparato represivo estatal y
para-estatal para extirpar el “cáncer”
subversivo que invade un cuerpo social enfermo (O`Donnell Guillermo).
Igualmente, es sabido, la inutilidad y el desgobierno de los regímenes autoritarios en el plano económico van a permitir el regreso de la democracia en los ‘80.
El
regreso de la democracia, especialmente en la denominada “transición”
ochentista, está vinculado a la tradición
democrático-liberal o demoliberal (Chantal
Mouffe). En esta
noción de democracia prevalecen los elementos constitucionales. Se hace
hincapié en la consolidación y el funcionamiento de los elementos formales,
tales como el equilibrio de poderes, el sistema de
frenos y contrapesos y el respeto por las garantías y derechos
constitucionales. Estos mecanismos resultan fundamentales parar
garantizar y consolidar el respeto de los derechos y libertades individuales
tras la violación fragante de los mismos durante las dictaduras que asolaron
la región durante la década del ‘70.
El
problema de este regreso de la democracia es que, especialmente en los ‘90, se
mezcla en simultaneo con el advenimiento de la hegemonía neoconservadora donde predominan las
relaciones del mercado, ámbito que
contribuye a la apatía y la pasividad ciudadana y a un predominio de la preocupación por lo
privado en desmedro de los problemas públicos ( Sader, Emir). Se
consolida una concepción
procedimental, schumpetereana del sistema democrático, vinculada a meros
mecanismos de elección y selección de las elites, donde prevalece la influencia de
colosales corporaciones económicas y
mediáticas en un clima de creciente desafección de la sociedad hacia la
política. Se trata de una democracia formal donde predominan los elementos
constitucionales de representación y ciudadanía política y civil, pero alejada
de pretensiones transformadoras sustanciales o igualitarias (Delgado García,
Daniel). Democracias que conviven con
crecientes aumentos de pobreza y desigualdad
provocados por un neoliberalismo desnacionalizador, desestatizador.
Democracias huecas que diluyen las soberanías estatales frente a las
imperantes coordenadas financieras, comerciales y digitales volátiles de un
“mundo globalizado”.
Sin
embargo, en paralelo a una hegemonía conservadora, individualizante, apática y
excluyente comenzaron a producirse procesos de re-ideologización y re-politización
en movimientos sociales víctimas de la exclusión económica del denominado
Consenso de Washington.
Los
estallidos urbanos en la crisis argentina del 2001, las revueltas indígenas en
el antiplano boliviano en defensa de sus recursos naturales, las rebeliones
campesinas del Ecuador y el caracazo en Venezuela abrieron grieteas en la
hegemonía neoliberal para que, vía procesos electorales, las luchas sociales
rearticularan en niveles institucionales con la aparición de gobiernos
nacionales y populares o neo-populistas de izquierda ( Follari Roberto).
Gobiernos
que si bien se anclan en economías
capitalistas periféricas tecnológicamente dependientes con alta vulnerabilidad
externa, buscan espacios de autonomía estatal- popular, mediante
nacionalizaciones y estatizaciones significativas, frente a las clases dominantes
y oligarquías locales e internacionales
acostumbradas a mandar, y orientaciones
integracionistas latinoamericanistas
en la geopolítica exterior frente a las pretensiones hegemónicas del
norte.
Ciertas
izquierdas vernáculas ortodoxas o “estrictas” visualizan en las nuevas
gestiones progresistas experiencias meramente neo-desarrollistas farsantes de
una autentica y genuina vocación
izquierdista (Castillo Cristian).
Pero
no son poca cosa si pensamos que las
aspiraciones populares y los idearios de las izquierdas se habían derrumbado a
finales del siglo XX, en un contexto mundial signado por el derrumbe del “socialismo
real” soviético y la hegemonía conservadora-neoliberal reinante que se llevaron
puesta las conquistas sociales de las clases proletarias.
Por
derecha, las elites dominantes, económicas y mediáticas y porciones de clases
medias por ellas hegemonizadas perciben en éstas experiencias populares
verdaderos peligros para las democracias de la región. Bombardean, desde las
usinas mediáticas, alegando que los populismos implican experiencias nefastas
para el orden republicano y para las
libertades y garantías constitucionales. No asumieron la misma repulsión,
otrora, frente dictaduras militares que arrasaron con cuanta garantía y derecho individual se les
presentaba. Tal vez porque quedaban a salvo, protegidos, exceptuados la
integridad del derecho a propiedad y
demás libertades de esos mismos sectores concentrados, mientras se violaban y
suprimían la de sectores subalternos.
Visto
esto, a los poderes concentrados y
patronales, más que el respeto canónico de las instituciones les horroriza, les
causa exasperación la ampliación de ciudadanía y repolitización de vastos
sectores de la población, que producen, generan estos “neopopulismos”.
Las
elites, acostumbradas a formatos procedimentales y vacíos de democracia, se
hallan aterrorizadas frente a gobiernos crispados que “dividen” a la sociedad.
Les incomoda, horroriza el conflicto. Desean el consenso de una ciudadanía
desideologizada y desmovilizada que
seleccione los líderes de tanto en tanto
y se vuelvan su cotidianeidad individualizada.
Las
agendas democratizadoras de los gobiernos progresistas como las reformas en los
poderes judiciales, la democratización del universo mediático o los intentos de
captura estatal de rentas extraordinarias son presentadas como peligros,
amenazas fragantes para los derechos individuales decimonónicos. Pero estos
gobiernos neo-populistas, a diferencia de sus primos originales del siglo
pasado, son respetuosos de las garantías y libertades civiles. Buscan
rearticular los axiomas y elementos liberales propios del Estado de Derecho,
visto otrora como “burgués” por las
viejas izquierdas, otorgando no
obstante, mayor vigor al componente democrático de las voluntades populares.
La democratización de la justicia, de sectores
de la economía y de los campos audiovisuales implica tensiones entre la
tradición democrática liberal y la tradición democrática popular o rouseauneana
(Chantal Mouffe).
Estas
nuevas izquierdas han descartado las fórmulas vanguardistas o “dictaduras del
proletariado” por sus elementos autoritarios o elitistas de las izquierdas
ortodoxas (Bruschtein, Luis), pero han
rescatado el espíritu democratizador al estilo “del viejo rousseau”, de una
ciudadanía virtuosa, comprometida y participativa complementando los moldes
institucionales típicos de la tradición
liberal.
Tras
las tenebrosas dictaduras que
recorrieron Latinoamérica en los ’70, las nuevas izquierdas democráticas en la
región rescatan o resignifican el sentido universal la ciudadanía civil y
política como amalgama protectora
de las democracias de la región, visto
los intentos desestabilizadores que sufren las mismas desde los sectores reaccionarios
de siempre.
Bibliografía consultada
-
Bruschtein Luis, Golpe Blando, Pagina /12 15 de marzo del 2014.
-O`donnell
Guillermo, Modernización y Autoritarismo, Bs As, Paidos, 1986.
-Katz
Claudio, Las disyuntivas de la izquierda en América Latina, Bs As Luxemburg,
2008.
-Castillo
Christian, La izquierda frente a la argentina kirchnerista, Bs As, Planeta,
2011.
-Forster
Ricardo, El laberinto de las voces argentina, Bs As, Puñaladas,2008.
-Delgado Garcia Daniel 2001, “Estado y Sociedad, la nueva
relación a partir del cambio estructural”, Norma
-Follari Roberto 2012 “ La alternativa Neo-populista en América
Latina” Miño y Davila.
-Chantal Mouffe,
2013 “Hay que latinoamericarizar Europa” Pagina 12 2/10/2014.
-Sader Emir 2009 “El Nuevo Topo”, Clacso, Siglo XXI.
-Basualdo
Eduardo, "Sistema Político y Modelo de Acumulación, Tres ensayos sobre la
argentina actual". Cara o Ceca, 2011
-Boron Atilio 2000 “Tras el búho de Minerva. Mercado contra democracia en el capitalismo de fin de siglo”.
-Boron Atilio "Estado, Capitalismo y democracia en América Latina", Clacso, 2003.
-Held David, Modelos de democracia, México, Alianza
1992.
-Gargarella,
Roberto, “En nombre de la Constitución. El legado federalista dos siglos
después”, en Atilio A. Borón (comp), La filosofía política moderna, CLACSO
Eudeba, Buenos Aires, 2001