Los analistas y editorialistas de los medios
hegemónicos estallaron de ira al conocer la noticia que el "Chino" Carlos Zannini, quien tal vez sea el número tres del
kirchnerismo, después de Cristina y Néstor, ocuparía
la candidatura a la vicepresidencia, acompañando al ex motonauta Daniel Scioli.
Imaginaban el “fin de ciclo” kirchnerista con la imposibilidad constitucional de
reelección de Cristina y con un Scioli presidente
permeable a sus designios e intereses, y
se encuentran con que Cristina pone una “marca personal” en el ejecutivo para defender el proyecto.
Al tiempo que han demonizado a Zannini por ser el
colaborador más cercano en la redacción de las leyes que los afectan, -ley de
medios, democratización de la justicia, entre otras- idolatran
al actual Ministro de Transporte Florencio Randazzo por su “gesto de dignidad” al
bajarse de la pre-candidatura presidencial y negarse a ocupar la candidatura a
la gobernación de la provincia de Buenos Aires.
Por otra parte, desde la militancia más fidedigna al
kirchnerimo se mastica con algo de desazón la confirmación, por parte del gobierno, de Scioli. Es un candidato, se sabe, que no despierta mayores entusiasmos o fervores
dotados de épicas con horizontes transformadores. No es casualidad, en este
sentido, que Cristina se apure a transformar en ley el decreto que propulsó la Asignación Universal por Hijo antes que finalice su mandato.
Lo cierto es que, a estas alturas de la campaña, a
Cristina no le quedaba otra alternativa de hacer lo que hizo si quería evitar
quedar pegada a una probable derrota de Randazzo en las Paso, frente Scioli y a
la derecha macrista.
Es verídico que no fue el mejor modo de comunicar la
decisión. Randazzo no se merecía, especialmente por el empeño demostrado en los
lugares que le tocó gestionar, enterarse por televisión y de un sopapo de la “buena nueva".
Igualmente, ni Scioli ni Randazzo eran del paladar
negro kirchnerista, aunque este último haya logrado cierta anuencia o simpatía
de parte de la militancia K por la
radicalización de su discurso.
Cristina no pudo, no supo, o no quiso en todo este
tiempo construir un candidato del “palo” kirchnerista como, por ejemplo, hizo Lula con Dilma en Brasil. Esta última era
una casi ignota desconocida en la sociedad brasilera antes que fuera bendecida
por el líder del PT. Aunque también es verdad que el país vecino carece de un poderoso aparato partidario conservador similar al justicialista con el que se tenga
que verse obligado negociar.
Las encuestas, desde hace ya un tiempo prolongado,
le daban la pole posición a un candidato moderado como Scioli en las filas
oficialistas.
La sociedad parece pedir moderación luego de las
conquistas logradas y Cristina leyó eso.
Además, a contraposición de lo que diagnostican la
mayoría de los medios opositores, Cristina no es una presidenta super-poderosa
y dictatorial que lo decide todo sola.
La candidatura presidencial de Scioli por el Frente
por la Victoria, alguien resistido desde siempre por parte de los kirchneristas ideoligizados, pero que cuenta con la anuencia de la liga de gobernadores
pejotistas e intendentes conservadores, es reflejo de una relativa debilidad presidencial que refuta la tesis de absoluto poderío en el
ejecutivo actual.
La fórmula de “unidad peronista” está basada en una
especie de “empate hegemónico” entre pejotismo tradicional y las nuevas fuerzas
progres del kirchnerimo.
Para el filósofo Ricardo Forster, se trata de un “equilibrio
interesante”. Puede ser o no.
En política es una empresa complicada hacer
futurología, por lo contingente y cambiante de las relaciones sociales,
políticas, culturales y económicas que la nutren. Veremos que acontece, porque a diferencia de lo que prevé
el reconocido intelectual, también está la posibilidad de consumar un “equilibrio
in-movilizante”.
Es decir, que el futuro gobierno, en el mejor de los casos de
no quebrarse el “delicado equilibrio”, no retroceda en lo hecho, pero no avance,
sino que configure una especie de administración de lo logrado.