En las unidades productivas, en las empresas, en los
comercios, en las fábricas la cotidianidad laboral está atravesada por
relaciones de poder entre los patrones y trabajadores.
Como sabemos, al menos desde Karl Marx, esas
relaciones “de entrada” son asimétricas y absolutamente desiguales en el
mercado capitalista.
En este el
trabajador sólo posee la fuerza de trabajo que debe ofrecerla al capitalista para poder “vivir”
en tanto la burguesía es la dueña de los medios de producción por lo que su
capacidad de supervivencia es más larga y perdurable en el tiempo que la de los
obreros.
Los Estados de Bienestar en Europa y el peronismo en
Argentina, desde mediados del siglo XIX, mitigan esa relación asimétrica des-mercantilizando
al menos parcialmente la fuerza de trabajo.
Esto implicó que los derechos laborales, las
conquistas sociales, los relativos altos salarios y las viviendas populares
modificaron esas relaciones asimétricas entre capital y trabajo en beneficio de
este último.
No se trató de la panacea socialista y comunista de la
búsqueda de autonomía plena de la clase obrera, pensada por el marxismo, pero
al menos, y hoy no sería poca cosa tras el derrumbe del bloque soviético y un
neoliberalismo hegemónico a escala planetaria, ese Estado de Bienestar mitigó
la situación de absoluto desamparo y vulnerabilidad de los trabajadores de un
mercado capitalista “puro”.
En los años recientes, tras los resultados
desastrosos en términos de pobreza, indigencia y desigualdad que dejó el modelo
conservador de los ‘90, el kirchnerismo reeditó
avances (al estilo del peronismo
clásico) en el sentido des-mercantilizador mediante asignaciones sociales y
jubilaciones universales, viviendas populares y una orientación económica hacia
el pleno empleo que afectaron las relaciones laborales en ayuda, en auxilio al
trabajo. Auxilio, que las clases dominantes en Argentina parecen no perdonarle.
Es sintomático, que desde que asumió Macri la presidencia, las figuras encarceladas “preventivamente”,
hayan sido figuras icónicas de la gestión anterior en las mejoras de la
condiciones del trabajo frente al capital como son los casos de Milagro Salas
(y sus planes de vivienda y escuelas), Amado Boudou (artífice intelectual y práctico
de la expropiación de las AFJP en beneficios de jubilaciones y asignaciones sociales
masivas) y el mismo Julio De Vido (a cargo de la obra pública).
El programa de “reformas” recientemente presentado
por Mauricio Macri implica claramente una contraofensiva de las clases dominantes
sobre los trabajadores para cambiar las relaciones de poder y las condiciones
laborales en favor de los patrones o las distintas fracciones de la burguesía.
Al parecer este sería solo el puntapié inicial desde
la percepción del actual gobierno, porque desde Cambiemos hacen referencia a un
programa de “reformas permanentes”.
La idea de fondo, en tren de estimular las inversiones
y el crecimiento, sin temor a exagerar es conducirnos a una situación parecida
a la descripta por Marx de trabajadores pauperizados de mediados del siglo XIX
a todo el universo laboral en Argentina. Situación donde el trabajador sólo
posee la fuerza de trabajo y está obligado a venderla apresuradamente a los
capitalistas “si quiere continuar con vida”.